DE MADRID A CASTILLA Y LEÓN            

                                                                                                                                                                                                

En 1980 regreso a Madrid destinado a la Delegación de Hacienda. Comienza así una etapa de siete años, poco conocida, en la que básicamente mi relación con el Partido se centra en el asesoramiento en cuestiones de financiación territorial, en particular lo relacionado con las negociaciones entre los principales partidos para llegar a firmar lo que después se tradujo en los Acuerdos Autonómicos del 31 de julio de 1981, suscritos entre el Gobierno de la UCD y el PSOE.

Sobre mi participación en las negociaciones, lo único destacable es que no sólo no facilité que mi Partido se sumara al acuerdo, sino que adopté una actitud hostil ante los contenidos y significado del Pacto. La verdad es que tanto acuerdo y consenso me tocaba los xxxxx y no me acaban de convencer. Pero es en 1982, con motivo de las Elecciones Generales del 28 de octubre, cuando consigo ser designado candidato cunero al Congreso de los Diputados por la provincia de Ávila. En realidad, me intentaron llevar a Soria. Pero mi buen padrino Pastor Ridruejo no acabó de rematar la faena. Además, de obtener el escaño, logré algo quizá más importante, mi conexión territorial con Castilla y León.

Este dato es especialmente significativo porque  desde ese momento mi condición de madrileño pasa a partir de la obtención de este escaño a un segundo plano y es sustituida por un nuevo perfil que a mi mismo me era desconocido: me convierto en un castellano a la vieja usanza.

Durante este periodo, además de mis breves intervenciones parlamentarias, la más significativa la hago en mi condición de portavoz de mi Grupo Parlamentario con motivo de la tramitación de la Ley de Base de Régimen Local con un discurso centrado en criticar "el excesivo protagonismo que la Ley concede a los Alcaldes" y una defensa apasionada de las Diputaciones Provinciales. El resto de mi tiempo lo dedico a introducirme en la estructura nacional de mi Partido.

 Así, en 1986, fui designado en el VII Congreso Nacional, uno de los Secretarios Generales Adjuntos. Desde esta posición, además de dedicar mis esfuerzos por cuestionar al Secretario General, Antonio García Tizón, y adoptar una clara oposición al que posteriormente sería designado Presidente de AP, Antonio Hernández Mancha, centro mis expectativas en obtener mi nominación como candidato a la Presidencia de la Junta de Castilla y León. Dicho y hecho. Apoyos no me faltaban.

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