“Soy el rey supremo, el Sol, el que proyecta la luz sobre el país de Sumer y Akkad, el que se hace obedecer en las cuatro regiones del mundo”
( Código de Hammurabi. S. XVIII A. C.).

LA GUERRA DE AZNAR ( * )



"El presidente tiene una visión", afirma uno de sus colaboradores en tono de confidencia. ¿Una misión? "También. Nunca he visto a nadie tan decidido a cumplirla, aunque sea al precio de perder las elecciones", contesta un ministro resignado. "Quiero compartir con vosotros mi visión sobre el papel de España en la defensa de un orden mundial civilizado", afirmó el pasado lunes Aznar ante más de 500 cargos del Partido Popular, acogotados por unas encuestas que reflejan la caída libre de la confianza de los ciudadanos en el Gobierno y la contestación social sin precedentes ante la que parece cada vez más inevitable guerra contra Irak. "Nadie nos votaría si diéramos marcha atrás", advierte Aznar a los dubitativos. Lo que no explica en su discurso es dónde estamos exactamente, ni cómo hemos llegado hasta aquí.

10 DE SEPTIEMBRE DE 2002 La llamada de Bush

Víspera del primer aniversario de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. El presidente recibe a un grupo de periodistas en La Moncloa. En torno a un desayuno y al amparo del off the record, pasa revista a los temas del nuevo curso político. Se le nota relajado y de buen humor, a pesar de que las vacaciones se han visto dramáticamente interrumpidas por el coche bomba de Santa Pola y el pleno extraordinario del Congreso, que ha dado vía libre a la ley de Partidos Políticos, iniciando el proceso para ilegalizar a Batasuna. La cita está concertada desde una semana antes y entre los asistentes no hay ningún experto en política internacional. Las preguntas giran, una vez más, en torno a la situación del País Vasco. Pero Aznar hace una revelación imprevista, que da un vuelco a la conversación: "Esta tarde voy a hablar con Bush", anuncia. Ya sabe que el presidente de los Estados Unidos, que 48 horas después amenazaría con usar la fuerza contra Irak ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, va a pedirle su apoyo. Y él se lo va a dar. "Nadie discute que Sadam Husein ha incumplido hasta 16 resoluciones del Consejo de Seguridad y hay indicios inquietantes de que almacena armas de destrucción masiva", explica. "A España le parece deseable que se conforme una posición común en el seno del Consejo de Seguridad, pero no lo considera imprescindible", agrega. "Ante el reto del terrorismo, no se pueden tener dudas. Ahora debemos ser coherentes con lo que venimos defendiendo hace tiempo. España sabe de qué lado está, tiene poderosas razones para ello", concluye. Las declaraciones de Aznar, atribuidas por la prensa al entorno del presidente, caen como una bomba en el seno del Gobierno. La primera desconcertada es la ministra de Asuntos Exteriores, Ana Palacio, quien el 13 de agosto, tras reunirse con el secretario de Estado Colin Powell en Washington, dijo que España no comprendería que Estados Unidos recurriese de forma inmediata a la fuerza contra Irak. "La ONU debe asumir el papel protagonista y aún queda margen para presionar diplomáticamente a Husein", afirmó la jefa de la diplomacia española. La resolución 1441, la que augura "serias consecuencias" para el régimen de Bagdad si no se desarma, no se aprobó hasta el 8 de noviembre. Pero dos meses antes, Aznar ya consideraba que había base legal suficiente para un ataque.

12 DE JUNIO DE 2001 En el rancho de Aznar

En un gesto sin precedentes, un presidente de Estados Unidos inicia en España su primera gira europea. La idea ha partido de la Casa Blanca y ha supuesto una agradable sorpresa para la diplomacia española. Bush, que sólo lleva 130 días en el cargo, carece de experiencia internacional y sus asesores temen que se enrede en los sutiles vericuetos de la política europea. Sus primeras medidas, como la negativa a firmar el Protocolo de Kioto, han levantado ampollas a este lado del Atlántico y el programa del viaje es agotador: cumbre en Bruselas de la OTAN, reunión con la UE en Gotemburgo (Suecia), visita oficial a Polonia y entrevista con Putin en Liubliana (Eslovenia). Los asesores de Bush creen que la escala en España puede servir de aterrizaje suave, un aperitivo amable antes de meterse en faena. Incluso sugieren que la reunión se celebre fuera de Madrid, en un entorno rural. Moncloa piensa en la posibilidad de llevarlo a Doñana, pero el aparato de seguridad que rodea al presidente de EE UU -120 agentes del FBI y la CIA- dificulta el desplazamiento y se opta por un lugar más accesible, la finca del Ministerio de Medio Ambiente en Quintos de la Mora (Toledo), rebautizada por Bush como "el rancho de Aznar". El buen tiempo contribuye al éxito de la reunión. Los presidentes, acompañados de sus ministros de Exteriores y colaboradores más próximos, pasan a la terraza y siguen discutiendo en mangas de camisa. Powell es objeto de bromas porque continuamente se levanta en busca de un informe sobre Oriente Medio que le ha prometido Tenet (director de la CIA) y no acaba de llegar. En público, Bush obsequia a su anfitrión con una promesa de apoyo en la lucha contra el terrorismo de ETA y Aznar le corresponde con una declaración de respaldo al polémico escudo antimisiles, la primera de un líder europeo. En privado, Aznar se aventura a expresar una opinión favorable de Vladímir Putin, a quien Bush todavía no conoce. Le dice que es un dirigente serio, comprometido con la reforma de Rusia, al que vale la pena respaldar, a pesar de su política en Chechenia. De regreso a Washington, Bush telefonea a Aznar y le dice que coincide plenamente con su juicio sobre Putin, en contra del criterio de algunos de sus asesores.

28 DE NOVIEMBRE DE 2001 "¡Ya era hora!"

"¡It's about time!" (¡Ya era hora!), es lo primero que le dice el presidente Bush a Aznar al recibirle en la Casa Blanca. Han pasado más de dos meses desde el 11-S y la mayoría de los líderes europeos (Jacques Chirac, Tony Blair, Silvio Berlusconi y Putin) ya han desfilado por Washington para darle el pésame. Aznar, frío y metódico como siempre, no ha considerado necesario adelantar una visita que estaba programada antes de los atentados. "Con la misma rapidez con que suben la escalera de la solidaridad, bajarán la del compromiso", le contesta el jefe del Gobierno español. O, al menos, ésa es la frase que ha quedado en la memoria de sus colaboradores. Bush, que en su anterior escala en España sólo prestó una atención cortés a la inquietud de Aznar por el problema del terrorismo, lo ha convertido ahora en su principal obsesión.

El 7 de octubre se ha iniciado la guerra de Afganistán, en la que Madrid colabora con la cesión de las bases de Rota y Morón, la detención en territorio español de presuntos miembros de la red Al Qaeda y, más adelante, el envío de buques y tropas. Pero el mayor interés de la Administración estadounidense radica en que, a partir del 1 de enero, España asumirá la presidencia de la UE. Hasta ese momento, la presidencia belga ha respondido con tan buenas palabras como escasos hechos a las peticiones de Washington, que tropiezan con la aplicación de la pena de muerte en Estados Unidos y la pretensión de someter a los sospechosos a tribunales militares, despojándoles de las garantías reconocidas en las convenciones internacionales sobre derechos humanos. Aznar pasa por alto estos reparos y promete apoyar "todos los esfuerzos del presidente norteamericano para erradicar y eliminar" a los terroristas. Bush derrocha amabilidad con su invitado e incluso se esfuerza en pronunciar algunas palabras en español ante los periodistas. "Tenemos hambre", les dice sonriente, "y sólo contestaremos cuatro preguntas".

1 DE MAYO DE 2002 Desayuno en Camp David

El jefe del Gobierno español regresa a Washington, esta vez investido como presidente de turno de la UE. Tres semanas antes, los ministros de Exteriores de los dos países han firmado en Madrid el nuevo convenio de Defensa, que facilita el uso del territorio español por las tropas estadounidenses y prorroga su presencia en las bases de Rota y Morón más allá del año 2010. Junto a Romano Prodi, Aznar preside la delegación europea de la cumbre transatlántica. Pero la reunión realmente importante se desarrolla durante el fin de semana en el complejo de Camp David, residencia campestre del presidente de EE UU, en los bosques de Maryland, a un centenar de kilómetros de Washington. Durante más de dos horas, Aznar y sus acompañantes comparten un desayuno de trabajo con la plana mayor de la Administración Bush: además del presidente, el vicepresidente Dick Cheney, el secretario de Estado Powell, la consejera de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice, y la asesora presidencial Karen Hughe. Nunca antes un presidente español había sido objeto de trato tan deferente. Además de la lucha antiterrorista -EE UU ya ha incluido en la lista de organizaciones criminales a los grupos satélites de ETA y a 21 presuntos etarras con carácter individual-, Hispanoamérica ocupa un lugar destacado en la agenda. La actuación coordinada entre los dos países ya había dado un primer paso, más bien un tropezón, con la visita que los embajadores de España y EE UU hicieron al efímero presidente venezolano Pedro Carmona durante las horas en que triunfó el golpe de Estado contra Hugo Chávez, a principios de abril. Es allí, en la cabaña Laurel, donde Aznar conoce de primera mano la firme decisión de Estados Unidos de atacar Irak. Según algunas fuentes, fue Bush quien se lo dijo. Otras sostienen que delegó en su vicepresidente Dick Cheney. Al despedirse, Bush le obsequia con una halagadora muestra de confianza: "Contigo me entiendo muy bien, incluso mejor que con Blair. Tenemos que sentarnos en torno a la chimenea [o en zapatillas, según traducción no literal] para hablar de adónde va el mundo".

11 DE FEBRERO DE 2003 "Mi amigo Ánsar"

"Desde el primer momento, se ha producido una corriente de mutuo entendimiento y simpatía [entre Bush y yo] y una extraordinaria fluidez en nuestras relaciones", declara Aznar al diario The New York Times. El presidente de EE UU confirma esta relación aludiendo a su "amigo José María Ánsar [según su particular pronunciación]", cada vez que tiene oportunidad. ¿Cómo puede haber química personal entre dos personas que necesitan de intérprete para hablar entre sí? "Algunos medios de comunicación se empeñan en presentar a Bush como un tonto, pero esa imagen no responde a la realidad. Tiene pocas ideas y simples, pero claras", afirma un ministro español. "Bush y Aznar", agrega, "comparten la misma visión del mundo. Ambos creen que el poder es para ejercerlo y tienen una dimensión moral de su responsabilidad. Son hombres de convicciones muy firmes". "Seguramente", afirma un diplomático, "Blair es más religioso que Aznar, pero no deja de ser un laborista y en muchos temas está a años luz de Bush". Pese a ello, la Casa Blanca incluyó el año pasado al presidente español en la categoría de "nuevos líderes", junto a Blair, el mexicano Vicente Fox y el polaco Aleksander Kwasniewski, sin importarle demasiado el pasado comunista de este último.

27 DE JUNIO DE 2002 Los pies sobre la mesa

La imagen, tomada por un fotógrafo oficial y entregada a El Mundo, muestra a Aznar fumándose un puro con los pies sobre la mesa. A su lado, en idéntica actitud, está Bush y junto a ellos, con las piernas cruzadas, Chirac, Gerhard Shröder y el primer ministro japonés, Junichiro Koizumi. La imagen corresponde a un descanso de la reunión del G-8 en Kananaskis (Canadá). Según un asistente, Aznar ya estaba sentado cuando llegó Bush y se echó a su lado, poniendo los pies sobre la mesa, y él le imitó por puro mimetismo. La presencia del jefe del Gobierno español en el club de los más ricos del mundo fue casi una carambola, pues el primer ministro canadiense, Jean Chrétien, adelantó una reunión prevista para julio, permitiendo así la asistencia de Aznar, que perdería su condición de presidente de la UE sólo tres días después. Pero Aznar no se resignó a quedarse en la calle. "No estamos llamando a la puerta [del G-8], pero lo haremos. Les he dicho que se vayan acostumbrando a la presencia española en estas reuniones", dijo antes de regresar a Madrid. Otros miembros del Gobierno, como el vicepresidente Rodrigo Rato, se hacen menos ilusiones. "Mi experiencia", declaraba el pasado 16 de febrero a EL PAÍS, "es que los norteamericanos consideran que hay un exceso de representación europea en los organismos internacionales informales". En otras palabras: es muy difícil que España entre en el G-8 sin que lo hagan también países como México, Brasil, China o India. Y en un G-15 quizá no interese sentarse.

Una contrapartida atómica

El gobernador de Florida y hermano del presidente de EE UU, Jeb Bush, aseguró el pasado día 17, tras entrevistarse con el "presidente de la República española" (sic), José María Aznar, que el alineamiento con su país en la actual crisis reportará a España "beneficios que no se pueden imaginar ahora". Tras haberlo insinuado durante varias semanas, los miembros del Gobierno han dejado de aludir al apoyo de los servicios de inteligencia estadounidenses en la lucha contra ETA como una de las razones que explicarían la beligerancia española hacia Irak.

Responsables de la lucha antiterrorista reconocen que, "aunque la cooperación de EE UU es importante y va a más", no puede compararse por razones obvias con la de Francia, que mantiene posiciones antagónicas a Washington en la actual crisis. La cooperación militar -que incluye la venta de 35 aviones CN-235 de EADS-CASA a la Guardia Costera de EE UU- tampoco sirve de contrapartida, pues ya se esgrimió en la renovación del convenio de defensa el pasado año y no puede venderse la misma piel dos veces. Más calado tiene la concertación en Hispanoamérica.

El respaldo de los organismos financieros internacionales a Argentina, cuya crisis hipoteca a importantes empresas españolas, ha sido uno de los temas recurrentes en las entrevistas de Bush y Aznar en los dos últimos años. Pero fuentes diplomáticas subrayan que la política de EE UU en la región está guiada por el interés de sus propias compañías y sólo beneficiará a las españolas en la medida en que ambas coincidan. ¿Entonces? Hay un asunto que a medio plazo desvelará hasta qué punto el apoyo de EE UU a España es algo más que retórico. Se trata del emplazamiento del ITER, el reactor experimental de fusión nuclear, "el proyecto científico más importante del mundo después de la estación espacial", en palabras del ministro de Ciencia y Tecnología, Josep Piqué.

La inversión prevista es de 4.000 millones de euros, a los que sumar el beneficio derivado del trabajo de más de 3.000 científicos en sus instalaciones durante 20 años. Se calcula que sólo la construcción del reactor llevará una década y generará unos 1.500 empleos. España ha presentado la candidatura de Vandellòs (Tarragona), pero compite para albergar su sede con Cadarache (Francia), Clarington (Canadá) y Rokkasho (Japón). Estados Unidos, que se retiró del programa, se ha reincorporado al mismo, pero no presenta candidatura propia, por lo que su voto será decisivo para decantar la decisión final entre las localidades en liza.

España ha decidido mantener hasta el final la opción de Vandellòs, que alberga ya dos centrales nucleares (una de ellas prácticamente desmantelada y otra en funcionamiento), por temor a que la designación de una sola candidata europea beneficie a Francia. El futuro emplazamiento del ITER debería decidirse antes del verano, aunque no se descarta un aplazamiento. Por si acaso, Aznar ya ha traslado a Bush el interés de España por contar con su poderoso respaldo.

"El presidente tiene una visión", afirma uno de sus colaboradores en tono de confidencia. ¿Cuál? "Cree que la caída del Muro y los atentados del 11-S han barrido definitivamente el orden internacional de la guerra fría y han inaugurado una nueva era en la que España, al contrario de lo que hizo en el siglo XX, no puede quedarse al margen, sino que debe estar en el bando ganador". ¿Y quién le ha inspirado esa idea? "Mucha gente. O sea, nadie en realidad", contesta un ministro. "Se la ha cocinado él solo. Aznar es demasiado cesarista para dejarse influir por alguien en concreto. No te empeñes en buscar a un Schlesinger [historiador y asistente especial del presidente John F. Kennedy], porque no existe".

El consejo de los ministros

Viernes 31 de enero de 2003. Al término del Consejo de Ministros, Aznar recibe en La Moncloa a un selecto grupo de comensales. En teoría, han sido invitados los responsables de Asuntos Exteriores y Defensa con los Gobiernos de la UCD y el PP. En la práctica, ni están todos los que son (se echa en falta a Alberto Oliart, el que mejores relaciones mantiene con el PSOE) ni son todos los que están (acude Rafael Arias-Salgado, ex ministro de casi todo, salvo de la diplomacia y la guerra). En torno a la mesa se sientan Marcelino Oreja, José Pedro Pérez Llorca, Arias-Salgado, Abel Matutes, Eduardo Serra, Josep Piqué, Federico Trillo-Figueroa y Ana Palacio. Para los presentes, está claro que Aznar se ha propuesto impulsar un giro estratégico de la política exterior mantenida por España a lo largo de los últimos 25 años y que ese giro le lleva a acercarse a Estados Unidos y a romper el cordón umbilical con Francia y Alemania, los padrinos de su ingreso en la UE. "Aunque no estuviera de acuerdo con lo que hace, le apoyaría al cien por cien. Es la primera vez que un presidente español sabe lo que quiere en política internacional y está firme en sus convicciones". El que rompe el fuego es Marcelino Oreja, según otro de los presentes. Los demás abundan en los elogios. Pérez Llorca y Matutes opinan que la guerra es inevitable y que la posición del Gobierno, aunque no resulte cómoda ni popular, es la acertada. Serra y Arias-Salgado abogan por dar prioridad al vínculo trasatlántico, ya que Europa no puede construirse de espaldas a Estados Unidos. El primero agrega que España debe aprovechar esta "ventana de oportunidad" para dar un salto y adquirir más peso en el concierto internacional. No se escucha ni una sola voz crítica, aunque algunos invitados aconsejan hacer más pedagogía ante la opinión pública e intentar el consenso con la oposición. Ana Palacio, que se marcha precipitadamente para comparecer ante la Comisión de Exteriores del Congreso, apenas habla. Pero toma muchas notas.

Un asiento en la ONU

"España no puede desaparecer de nuevo de la escena internacional. Queremos que se nos tome en serio y participar en la toma de decisiones", afirma el presidente español en la entrevista que publica en su último número el semanario alemán Der Spiegel. Cuando Aznar se marchó en junio de 2002 de la cumbre de Kananaskis (Canadá), donde había puesto los pies sobre la mesa en torno a la que se sentaban los gobernantes más poderosos del mundo, y cedió el testigo de la presidencia europea a Dinamarca, volvió a ser lo que siempre había sido: el primer ministro de una potencia media que, en las reuniones de la UE, habla en quinto lugar, después de Francia, Alemania, Reino Unido e Italia. Sin embargo, el 27 de septiembre, la Asamblea General de la ONU catapultó a España a uno de los 15 puestos del Consejo de Seguridad de la ONU. A partir del 1 de enero y durante dos años, España se sentaría en el órgano donde en teoría se decide el destino del mundo. No fue un regalo inesperado. Desde 1997, con tenacidad y paciencia, Aznar había trabajado con este objetivo. En cada viaje, en cada visita a Madrid de un mandatario extranjero, recolectaba un nuevo voto. Así hasta 180 de 183 países presentes aquel día en la sede de la ONU en Nueva York. Pero también le ayudó la buena imagen exterior de España, su capacidad para llevarse bien simultáneamente con Israel y la OLP, con Libia y EE UU, con India y Paquistán. "Un país que a nadie ofende y del que nadie tiene nada que temer", en palabras de un veterano diplomático. En su nueva responsabilidad, España sólo tenía una limitación: la obligación de intentar concertarse con los otros socios de la UE presentes en el Consejo de Seguridad (Francia, Alemania y el Reino Unido), impuesta por el Tratado de la Unión.

Electoralismo alemán

Tras escuchar de boca del presidente su declaración de apoyo sin fisuras a la política de Bush sobre Irak, uno de los periodistas que acudieron aquel 10 de septiembre de 2002 a desayunar a La Moncloa se aventuró a preguntarle por la actitud de Alemania y Francia. "La posición del Gobierno alemán es puramente electoralista y cambiará después de las elecciones [previstas para el día 22 de aquel mismo mes], tanto si gana Schröder como, con mayor razón, si pierde". "¿Y qué hará Francia?", insistió el periodista. "¡Francesadas!", replicó desdeñoso Aznar.

¿Dónde está el 'Charles de Gaulle'?

El ministro de Defensa, Federico Trillo-Figueroa, salió optimista de la reunión que mantuvo en Múnich con sus homólogos de Francia y Alemania, Michéle Alliot-Marie y Peter Struck. Era el domingo 9 de febrero de 2003 y el veto de Francia, Bélgica y Alemania mantenía bloqueada en el Consejo Atlántico la petición de apoyo a Turquía promovida por EE UU, colocando a la OTAN en una crisis sin precedentes. El secretario general, Lord Robertson, lanzó un órdago e impuso el procedimiento de silencio, de modo que el apoyo a Turquía se aprobaría automáticamente si nadie lo rompía a la mañana siguiente. ¿Alguien se atrevería a hacerlo? El optimismo de Trillo-Figueroa se esfumó cuando lo hizo Bélgica, seguida de Francia y Alemania. No hubo acuerdo ese lunes, ni el martes, ni en toda la semana y Robertson se vio obligado a traspasar el tema al Consejo de Planes de Defensa, donde no se sienta Francia, para sortear su oposición.

Pese a este revés, el Gobierno seguía manteniendo que la posición de Francia era sólo táctica. "Los intereses franceses en Irak son demasiado importantes. Chirac no puede permitirse el lujo de quedarse al margen. Cuando obtenga de Estados Unidos las contrapartidas que busca, se pondrá a la cabeza del desfile", explicaba un ministro. En Defensa avalaban este pronóstico con un acertijo: ¿Dónde está el Charles de Gaulle [el más moderno portaaviones francés]? La respuesta era: navegando por el Mediterráneo, cada vez más cerca del Canal de Suez, para llegar a tiempo al Golfo en cuanto Chirac diese por concluida su "francesada".

Desencuentro en Lanzarote

José María Aznar y Gerhard Schröder ni siquiera se esforzaron en disimular que se detestan. El 11 de febrero de 2003, al término de la cena que cerraba la primera jornada de la cumbre bilateral en Lanzarote, el canciller alemán se levantó sin tomar café y dejó al jefe del Gobierno español con la palabra en la boca. "No te preocupes", dijo Aznar a uno de sus colaboradores, "no es la primera vez que lo hace". Las relaciones de España con el gigante económico de la UE, de íntima alianza en tiempos de Felipe González y Helmut Kohl, han sufrido un profundo deterioro. Al menos, los fondos de cohesión están asegurados hasta el año 2006 y a Aznar no le tocará renegociarlos.

Peleas de familia

En la etapa de Fernando Morán, primer ministro socialista de Asuntos Exteriores, se resucitó la expresión "pactos de familia", que los Borbones de ambos lados de los Pirineos utilizaron en el siglo XVIII. La idea era: la solución de los grandes problemas de España (el terrorismo, la entrada en la UE) pasa por la buena vecindad con Francia. Pero Jacques Chirac no acogió a Aznar como a un pariente cuando el pasado 27 de febrero acudió al Elíseo, a pesar de que ambos pertenecen en teoría a la misma familia política. Con los dos países abiertamente enfrentados en el Consejo de Seguridad de la ONU a propósito de Irak, el recibimiento fue gélido y la cortesía, la justa. "Los franceses entienden la relación de familia en un solo sentido. Es verdad que colaboran en la lucha contra ETA, pero nunca se olvidan de presentar puntualmente la factura", comenta un ex ministro. "Cuando Aznar se sienta con Chirac, siempre acaba saliendo el negocio, mientras que con Blair puede hablar de política, por eso se encuentra más cómodo", agrega. Aunque Aznar y Blair tengan que recurrir al francés para entenderse, lo que en París debe producir regocijo.

Polifonía europea

"Europa lleva años intentando hablar en el mundo con una sola voz, pero esa voz ¿la debemos construir entre todos los europeos o nos la deben dictar sólo unos pocos en acuerdos bilaterales?", se preguntaba retóricamente el ex ministro Eduardo Serra el pasado día 11 en un artículo publicado por Abc. En La Moncloa no sentó bien que Chirac y Schröder pactasen el 14 de enero, durante una cena en París, las líneas maestras de la reforma institucional de la UE; es decir, el reparto de poder en la futura Europa ampliada. "¿Por qué Chirac y Schröder hablan en nombre de Europa y no pueden hacerlo Blair, Berlusconi y Aznar, que representan a más ciudadanos europeos?", cuestionaba recientemente un ministro. El presidente español aguantó el envite y respondió con buen talante. "La propuesta", dijo, "me parece apreciable, sin entrar en detalles y procedimientos. La idea de que haya una presidencia de la Unión... no voy a decir que sea socio fundador de la misma, pero, en fin, soy uno de los primeros", añadió.

En lo que Aznar no pudo reivindicar paternidad alguna fue en la solemne declaración contra la guerra de Irak que los máximos dirigentes de Francia y Alemania realizaron en Versalles el 22 de enero, para conmemorar el 40 aniversario de la reconciliación entre sus dos países.

Esta declaración fue utilizada por el Gobierno español para justificar a posteriori la carta que, firmada por Aznar y otros siete primeros ministros o presidentes europeos (Reino Unido, Italia, Portugal, Hungría, Polonia, Dinamarca y República Checa) publicó el 30 de enero The Wall Street Journal y otros diarios, como EL PAÍS. El texto, que el periódico estadounidense encargó a Aznar, quien se ocupó junto a Blair de recabar las demás firmas, abogaba por primar la relación con EE UU sobre cualquier otra consideración. "Hoy más que nunca el vínculo trasatlántico es una garantía de nuestra libertad [...] La relación trasatlántica no debe convertirse en una víctima de los constantes intentos del actual régimen iraquí por amenazar la seguridad mundial", decía la misiva.

La principal diferencia entre la declaración de Versalles y la Carta de los Ocho era que, entremedio, los ministros de Asuntos Exteriores de la UE habían alcanzado el 27 de enero un pacto de mínimos sobre la crisis de Irak. Es más, mientras Palacio negociaba en Bruselas la declaración común, Aznar ya había puesto en circulación el borrador de la carta entre sus posibles firmantes. Ni el presidente de la Comisión, Romano Prodi, ni Mister PESC, Javier Solana, ni por supuesto Chirac o Schröder fueron informados. Había nacido la "nueva Europa", en expresión del secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld.

Error de cálculo

"El PSOE va a quedarse solo", auguraba un ministro el pasado 12 de febrero. ¿Solo? La oposición en bloque acababa de respaldar una moción en el pleno del Congreso que desautorizaba la política del Gobierno sobre Irak. El PP tuvo que hacer uso de su mayoría absoluta para impedir que prosperase. ¿Quién estaba solo? "Francia", explicaba el ministro, "acabará pactando con EE UU y respaldando una nueva resolución en el Consejo de Seguridad. A Francia le seguirán Alemania y el resto de la Unión Europea. Al final, todos estaremos con Washington, pero España podrá reivindicar entonces que fue la primera en llegar. ¡A ver cómo se las arregla Zapatero cuando se quede colgado de la brocha y sin escalera!". Un mes después, este pronóstico parece lejos de cumplirse. El Grupo Popular sigue solo en el Parlamento y España con la única compañía de EE UU, Reino Unido y Bulgaria en el Consejo de Seguridad de la ONU. "Este asunto se nos ha ido a todos de las manos", reflexionaba la semana pasada un miembro del Gobierno, "ni Francia ni nosotros pensábamos que llegaríamos tan lejos".

"El Rey está preocupado"

Lunes 24 de febrero. Los Reyes ofrecen una cena en el Palacio Real al presidente de El Salvador, Francisco Flores, de visita oficial en España. Como es habitual, don Juan Carlos y doña Sofía se sitúan a ambas cabeceras de la mesa. A la derecha de la Reina, el presidente salvadoreño. A su izquierda, Aznar. Flanqueando al Rey, la esposa de Flores y Ana Botella. Entre los comensales, varios diputados en representación del Poder Legislativo: José Luis Rodríguez Zapatero, Luis Mardones, Jordi Jané, Luis de Grandes e Iñaki Anasagasti. Concluida la cena, todos pasan a un salón contiguo para, ya de pie, tomar el café. Como buen anfitrión, don Juan Carlos, ataviado con uniforme de gala, pasea por los corrillos y saluda personalmente a todos sus invitados. El canario Luis Mardones, que conoce desde hace muchos años al Monarca, se explaya con él: "La situación es muy grave, Majestad, nunca había ocurrido que en un tema de Estado de esta trascendencia no exista ningún tipo de diálogo. Hay que buscar puntos de encuentro, sobre todo entre los dos grandes partidos". Don Juan Carlos le hace un gesto a Zapatero, que está a menos de dos metros, para que se acerque: "Mira lo que dice Luis". Mardones repite sus reflexiones al líder socialista y el Rey apostilla: "Tenéis que dialogar, lo tenéis que hacer. El país tiene que estar unido". Zapatero responde en tono de humor: "Señor, pero si yo soy el hombre de los pactos..." Durante la breve conversación, se acercan Federico Trillo-Figueroa, que está charlando con el jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante general Antonio Moreno Barberá, y Anasagasti. Tras algunas bromas, en torno al puro que les ofrece un camarero y que Anasagasti se guarda en el bolsillo diciendo que es para Arzalluz, don Juan Carlos se marcha a saludar a otros invitados. "El Rey está preocupado", comentan entre sí los políticos cuando se da la vuelta.

La disputa de Perejil

A comienzos del pasado verano, cuando Aznar ya sabía que EE UU se proponía atacar Irak y maduraba la actitud a tomar por España, se produjo el incidente de Perejil. El islote, próximo a Ceuta, fue ocupado el 11 de julio por gendarmes marroquíes. La presidencia de la UE, en manos de Dinamarca, difundió un contundente comunicado de apoyo a España en el que exigía a Marruecos su "inmediata retirada" del peñón en disputa. A partir de ese momento, sin embargo, Francia frenó cualquier iniciativa de la UE, temerosa de que pusiera en riesgo sus intereses en Marruecos. París adoptó una actitud de equidistancia, mientras que la OTAN, que en un primer momento no quiso pronunciarse, calificó el día 15 de "gesto inamistoso" la actitud de Marruecos. Cuando, el 17 de julio, soldados españoles desalojaron a los seis gendarmes marroquíes que seguían en el islote, la OTAN justificó la acción militar afirmando que "se ha restablecido el statu quo", mientras que Francia volvió a bloquear una nota de la UE de solidaridad con España. El Gobierno se encontró entonces con un serio problema: lo último que quería era mantener una guarnición permanente en Perejil, creando así un nuevo Gibraltar, pero tampoco podía retirarse sin garantías de que Marruecos no volvería a ocuparla. Y era imposible obtener dichas garantías, pues el Gobierno de Rabat se negaba a dialogar con Madrid. Francia se ofreció como mediadora, pero España rechazó su oferta y reclamó la intervención del secretario de Estado de EE UU, Colin Powell, cuyas gestiones facilitaron finalmente el acuerdo. "Francia quería que saliéramos derrotados de Perejil", sostiene un ministro. "El incidente demostró que, a la hora de afrontar problemas en el Norte de África, los intereses de España y Francia son contrapuestos", sostiene otro. Aznar se convenció aún más del valor de una firme alianza con Washington.

"Me has rechazado tres veces la oferta de consenso. Sabrás que, a partir de ahora, voy a tener que darte leña". "Supongo que no te costará mucho trabajo, te coge entrenado". Estas fueron las últimas palabras que se cruzaron José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero el 2 de febrero, tras una hora y media de reunión en La Moncloa. La cita se concertó el viernes por la noche, para las cinco de la tarde del domingo siguiente. Zapatero no dudó en acudir, pese a que Aznar llevaba más de un año dando largas a su petición de una entrevista.

El jefe del Gobierno le recibió con atuendo informal, jersey de lana y pantalón de algodón. Zapatero, con traje de pana y corbata, llegó directamente desde Valencia, donde clausuró la convención municipal de su partido. La charla, en torno a un café, fue "correcta y sincera", según la describiría luego el líder socialista.

Aznar comenzó con una reflexión sobre la situación internacional y los efectos del 11-S en la política de EE UU. Se mostró convencido de que Bush obtendría el respaldo del Consejo de Seguridad de la ONU para una nueva resolución que autorizara un ataque contra Irak. "Aznar cree que habrá intervención militar y va a apoyarla", le dijo Zapatero a su jefe de gabinete, José Andrés Torres Mora, ya en el coche de regreso a Madrid.

Por tres veces intentó el jefe del Ejecutivo persuadir a su interlocutor de que le respaldara. Como último cartucho, empleó un argumento al que, a su juicio, no podía ser insensible. "Esta guerra", vino a decirle, "es una continuación de la de 1991, que apoyó Felipe González". El secretario general del PSOE le replicó que entonces Sadam Husein había invadido Kuwait y ahora no ha pasado nada similar. "Si yo estuviera en tu lugar, no me alinearía con Bush", zanjó Zapatero. En 90 minutos se liquidó el único intento del Gobierno por lograr un consenso con el primer partido de la oposición. Aquella misma tarde, Aznar habló por teléfono con Jordi Pujol, de viaje en EE UU. El presidente de la Generalitat de Cataluña hizo algunas declaraciones contemporizadoras con el Gobierno, pero no le dio su apoyo. Sólo faltaban tres días para que Aznar acudiera por vez primera al Congreso para explicar su política sobre Irak y todos los grupos habían fijado ya una posición de la que apenas iban a moverse.

Al Qaeda, en Barcelona

Tal vez demasiado tarde, Aznar se aplicó a cumplir los dos consejos que le habían dado los ocho ministros y ex ministros a los que invitó a comer el 31 de enero en La Moncloa: intentar el consenso con la oposición y hacer pedagogía ante la opinión pública. Además de convocar a Zapatero, concedió a Europa Press su primera entrevista dedicada en exclusiva al conflicto. "El Gobierno español tiene información de carácter reservado de que el régimen de Sadam Husein supone una amenaza para la paz y la seguridad de España", dijo.

Para sostener afirmación tan inquietante, agregó: "No estamos hablando de ningún tipo de fantasía [...] Acabamos de detener un célula de terroristas extraordinariamente peligrosos en Barcelona, que trabajan con armamento químico". Se refería a la detención de 16 argelinos y marroquíes, en Cataluña, el 24 de enero. No sólo en esas declaraciones, sino también en el pleno del Congreso del 5 de febrero, Aznar utilizó la operación policial para vincular Irak con la red terrorista Al Qaeda. Un argumento que se desinfló cuando el laboratorio de la Marañosa (Madrid) certificó que la sustancias químicas incautadas eran productos de limpieza.

Comida con embajador

El 12 de febrero, el embajador de EE UU en España, George Argyros, acudió a comer al Senado. Aunque el presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara alta, Gabriel Elorriaga, del PP, aseguró que la visita estaba prevista mucho antes, todos la interpretaron como un desagravio por el plante de sus compañeros del Congreso, quienes rechazaron una invitación del embajador por considerar que "la sede de la soberanía popular no puede trasladarse a la residencia de un diplomático extranjero". La comida se prolongó casi dos horas y el embajador apenas probó bocado. Pese a las dificultades impuestas por la traducción -Argyros no habla español, aunque lleva más de un año en Madrid-, los portavoces de todos los grupos, por riguroso turno, criticaron la política de Bush, con la excepción del PP.

El embajador aseguró que los países que defienden en el Consejo de Seguridad la continuación de las inspecciones (Francia y Rusia) son los que tienen mayores intereses petrolíferos en Irak y dio por hecho que habrá ataque militar al asegurar que "la palabra guerra es fea, pero hay que asumirla para garantizar la libertad y la seguridad de todos".

Tras destacar que las relaciones entre Madrid y Washington son extraordinarias y darán estupendos resultados en el futuro, también en cooperación antiterrorista, pronunció una frase que varios asistentes interpretaron como un velado reproche a la forma en que España encara el problema de ETA: "No comprendo cómo los españoles han tenido tanta paciencia con el terrorismo; desde luego, los americanos no estamos dispuestos a tenerla". El portavoz de CiU, Francesc Marimón, le reprochó educadamente el comentario y la socialista Fátima Aburto pidió la palabra para contestarle, pero los timbrazos que marcan el inicio del pleno obligaron a concluir precipitadamente la sobremesa con una protocolaria despedida.

Tres millones en la calle

Primero fueron los cómicos. Luego los estudiantes, intelectuales y sindicalistas. Finalmente, hasta los jubilados y los niños. Más de tres millones de personas salieron a la calle en España el 15 de febrero para intentar parar una guerra que se presentaba como inevitable. En todas las ciudades se contabilizaron multitudes nunca antes reunidas. Si los políticos pretendían encabezar la protesta, quedaron atascados en medio de la muchedumbre. Los españoles hicieron una exhibición de civismo. Cuando las calles se vaciaron no había ni una farola rota.

La inesperada movilización social produjo desconcierto en las filas del PP. El secretario general del partido, Javier Arenas, fue el encargado de salir a la palestra. "Estamos de acuerdo con todas las personas que se han manifestado en que no queremos la guerra", dijo, en una declaración cuidadosamente medida. Habría resultado ridículo intentar minimizar la magnitud de la protesta, sobre todo tras el precedente de la huelga general del 20-J, de la que acabaron aceptándose todas las reivindicaciones aunque oficialmente no existió. Arenas no se resistió, sin embargo, a lanzarle una puya al PSOE. Le acusó de "manipular los sentimientos de los ciudadanos".

Las dudas del PSOE

El 18 de febrero, Aznar se sacó un as de la manga. El Grupo Popular aceptó a última hora cambiar la forma del debate en el Congreso, como la oposición le venía reclamando, para que el pleno votase una resolución sobre Irak. Y presentó su propia propuesta, el texto pactado el día anterior por la Cumbre de la UE en Bruselas, un compromiso de mínimos que salvaba precariamente las profundas fisuras entre los socios. Aznar puso a Zapatero en un brete. O votaba con el Gobierno o se automarginaba del consenso europeo.

Los socialistas tuvieron menos de dos horas para optar. Hubo momentos de tensión y titubeos. Felipe González dijo que sólo se podía apoyar el documento de la UE si se explicaba que se trataba de un desacuerdo pactado, más que de un verdadero acuerdo. Caldera se preguntó cómo podrían entender los millones de manifestantes que el PSOE votara junto al PP.

"Escuché a muchos compañeros, pero la opinión contundente de Pepe Blanco [secretario de Organización] me convenció de que debíamos mantenernos en el no a la posición del Gobierno", admitió más tarde Zapatero. La estratagema sirvió al PP para atraerse el voto de CiU, pero por poco tiempo. Los nacionalistas catalanes se dijeron engañados cuando Aznar presentó junto a Bush la propuesta de resolución que abría el camino a la guerra.

Gabinete de crisis

El pasado domingo, y también el anterior, Aznar reunió en La Moncloa el Gabinete de crisis, integrado por los dos vicepresidentes, Mariano Rajoy y Rodrigo Rato; los ministros de Asuntos Exteriores, Ana Palacio; Defensa, Federico Trillo-Figueroa; Interior, Ángel Acebes, y Hacienda, Cristóbal Montoro; el secretario general de Presidencia, Javier Zarzalejos; el director del servicio secreto (CNI), Jorge Dezcallar, y el secretario de Estado de Comunicación, Alfredo Timermans.

Las reuniones del Gabinete de crisis, cuya propia celebración tiene carácter secreto, no son sin embargo el foro más adecuado para el debate político. Su funcionamiento sigue la mecánica del Consejo de Ministros. El presidente del Gobierno, que trata a sus miembros de "usted", les da la palabra para que informen por turno de sus áreas de responsabilidad y Aznar imparte al final las correspondientes instrucciones.

¿Cuándo discute entonces el partido del Gobierno? En teoría, en las reuniones de maitines, que cada lunes se celebran en la sede de la calle Génova, y a las que acuden también Arenas, Luis de Grandes y Jaime Mayor Oreja. "Yo nunca he tenido ningún problema para decirle a Aznar exactamente lo que pienso", afirma Rajoy. Es mucho decir para un gallego.

Las preocupaciones de Rato
"Esto es un partido político, no una ONG, y naturalmente nos preocupan las encuestas, pero se equivocan quienes creen que hay divisiones", afirma Rato. La publicación en Abc, el pasado día 25, de un artículo que advertía sobre los efectos perniciosos de la guerra en la economía, firmado por José Manuel Fernández Norniella, presidente de las Cámaras de Comercio y ex secretario de Estado con Rato, hizo que se atribuyeran al vicepresidente segundo posiciones críticas con la política oficial sobre Irak.

En una entrevista publicada el pasado día 15 por EL PAÍS, Rato evitó contestar a la pregunta de si se manifestaría contra la guerra de no ser miembro del Gobierno. Quizá por todo ello, fue uno de los primeros que el pasado día 3 pidió la palabra ante la Junta Directiva Nacional del PP para expresar su adhesión a Aznar. "Ahora se demuestra nuestro acierto cuando te elegimos presidente del partido hace 12 años", afirmó el único dirigente que se ha postulado hasta ahora para suceder a Aznar.

Guerra municipal
El Gobierno confiaba en una guerra rápida, relativamente incruenta y exitosa, que contase con el respaldo de Naciones Unidas y empezase en febrero, lo que facilitaría un vuelco de la opinión pública antes de las elecciones del 25 de mayo. Hasta ahora, sin embargo, ha funcionado a la perfección el principio de Peter. Todo lo que va mal es susceptible de empeorar. La guerra se retrasa, la ONU se resiste a legitimarla y se acerca inexorable el inicio de la campaña electoral.

"En las municipales y autonómicas", afirma Rajoy, "la gente vota por la gestión del alcalde o el presidente, no por lo que pase en Irak. Como mucho puede afectarnos en uno o dos concejales". En algunas ciudades, uno o dos concejales puede ser la diferencia entre gobernar o pasar a la oposición.

De Chamberlain a Churchill

"Algunos me preguntan si soy consciente de que situaciones tan duras como ésta suponen un desgaste. ¿Cómo no iba a serlo, si llevo la mayor parte de la carga?", proclamaba Aznar ante la Junta Directiva Nacional del PP.

El presidente del Gobierno, que el pasado verano tuvo como libro de cabecera El Tercer Reich, de Michael Burleigh, echó mano de lo sucedido en vísperas de la Segunda Guerra Mundial para contrarrestar el efecto en la moral de su partido de las multitudinarias manifestaciones del 15 de febrero.

"Seguramente", afirma, "también cientos de miles de personas aclamaron en 1938 en Londres al primer ministro Chamberlain y en París a Daladier porque no declararon la guerra a Hitler cuando se anexionó los Sudetes". Aunque no siguió con el paralelismo histórico, Aznar sólo pudo prometer a los 500 cargos del PP "sangre, sudor y lágrimas", como Winston Churchill a los británicos en 1940. El problema es que Churchill ganó la guerra, pero perdió las elecciones.

Aznar, 'tex-mex'

Cuando George Bush recibió a José María Aznar en el despacho oval, el pasado 18 de diciembre, volvió a recordarle su invitación a mantener una charla "en torno a la chimenea". Al regresar a Madrid, Aznar encargó a su jefe de gabinete, Carlos Aragonés, que le preparase temas sobre los que charlar distendidamente con Bush. Así empezó a cocinarse la visita al rancho de Crawford (Tejas), donde el presidente de EE UU sólo invita a mandatarios por los que tiene gran interés personal (el británico Tony Blair) o político (el ruso Vladimir Putin, el chino Jian Zemin y el príncipe saudí Abdalá).

Aznar llegó a la finca el viernes 21, tras una escala en México, donde fue recibido con hostilidad por los medios de comunicación (que le atribuyeron la pretensión de cambiar el voto mexicano en el Consejo de Seguridad en favor de las tesis de EE UU) y con frialdad por el presidente Vicente Fox, que eludió comparecer junto a él ante la prensa.

Más agradable fue la estancia en Crawford, que incluyó cena, desayuno y paseo campestre. En su comparecencia conjunta, Bush y Aznar presentaron la propuesta de resolución que declara que Irak ha incumplido la 1.441 y se expone, por tanto, a "serias consecuencias".

¿De qué hablaron en el paseo? Lógicamente, de la previsible actitud de cada uno de los otros 13 miembros del Consejo de Seguridad ante la nueva propuesta y también del conflicto palestino-israelí, en el que EE UU subordina cualquier posible avance a la desaparición de Yasir Arafat como interlocutor. Pero la agenda incluía temas menos inmediatos, como la clonación y el medio ambiente, en los que ambos comparten puntos de vista. Tal fue la sintonía entre Aznar y Bush que el primero sorprendió en la rueda de prensa imprimiendo acento mexicano a su castellano de Madrid.

Para Bush, Aznar tiene más atractivos que los que se derivan de su condición de gobernante de una potencia media europea. Es, tal vez, un posible apoyo para conquistar a la importante minoría hispana, la primera de EE UU según el último censo. Bush no olvida que ganó la Casa Blanca gracias al disputado voto de Florida, gobernada por su hermano Jeb. De cara a la reelección, en noviembre de 2004, pretende asegurarse el apoyo de una comunidad que o no vota o, cuando lo hace, se inclina mayoritariamente por los demócratas.

( * ) Publicado en El País el 9 ,10  y 11de Marzo del 2003

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