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LA GUERRA DEL PP : CAMPS Y ZAPLANA CARA A CARA

"Una de dos, o Paco (Camps) ha sido en estos últimos años un actor magnífico que nos ha engañado a todos, o ha pasado algo". Un veterano militante del Partido Popular que llegó a ser diputado en las Cortes Valencianas no consigue explicarse el porqué, ni el cómo, ni el cuándo comenzaron las diferencias entre el actual presidente de la Generalitat y su antecesor en el cargo y ahora responsable del Ministerio de Trabajo y portavoz del Gobierno, Eduardo Zaplana. En realidad son muy pocos los que se atreven a decir aquí empezó todo, y quienes se atreven no se ponen de acuerdo ni en las fechas ni en las causas. Unos sitúan las primeras fricciones en diciembre del año pasado con el estallido del caso Aguas de Valencia. Otros creen que el anuncio de Camps de aspirar a la presidencia regional del Partido Popular, sustituyendo en el puesto a Zaplana, provocó una inestabilidad política innecesaria ante las próximas elecciones generales. Desde el ministerio se pronuncian lacónicos: "Si hubiéramos sabido cuándo comenzó la crisis, la habríamos atajado en origen".

Fueren cuales fueren las razones, el hecho es que hoy el Partido Popular en la Comunidad Valenciana atraviesa por una seria crisis que ya nadie intenta disimular, por más que algunos se empeñen en encubrir la fractura colocando cataplasmas caseras. Unas declaraciones del consejero de Territorio y Vivienda a EL PAÍS el pasado domingo fueron el detonante. Rafael Blasco se mostraba partidario de que el presidente de la Generalitat lo fuera también del PP y admitía, con la boca chica, la existencia de algunas injerencias del partido en la gestión del Consell. La primera respuesta vino del presidente de la Diputación de Alicante: "No es necesario ser presidente de la Comunidad Valenciana para estar al frente del PP", decía José Joaquín Ripoll, quien, de paso, largaba una descalificación al consejero: "Todo el mundo sabe qué opinan de él las bases". El lunes la batalla se abrió en todos los frentes. Comenzó el presidente de la Diputación de Castellón y responsable de los populares en esa provincia. Carlos Fabra aseguraba: "Mi posición es no apostar por la bicefalia dentro del partido, ya que puede producir alguna inconcreción e incorrección política", y Serafín Castellano, presidente provincial de Valencia y portavoz del grupo parlamentario en las Cortes Valencianas, replicaba: "El liderazgo [de Eduardo Zaplana] es incuestionable, la opinión [de Rafael Blasco] no es la que tiene el PP, entre otras cosas, porque no es y no forma parte de los órganos del partido".

Las declaraciones del consejero de Territorio y Vivienda y sus correspondientes réplicas son, de momento, la última expresión de unas desavenencias que tuvieron sus picos más elevados en unas manifestaciones del consejero de Educación y Cultura, quien, al poco de estrenar el cargo, vino a decir que menos IVAM (por la reforma proyectada en este museo) y más escuelas, que no hay dinero en caja. Siguieron con el anuncio contra la fusión de las cajas de ahorro hecho por el presidente de la Generalitat; cobraron intensidad con la petición de dimisión del consejero Font de Mora por parte del diputado Eduardo Ovejero; se enconaron con el decálogo sobre el valenciano presentado en Ares del Maestre y se agravaron con la candidatura de José Luis Olivas al cargo de presidente de Bancaixa a espaldas, al parecer, de Francisco Camps. Las discrepancias arrancaban de atrás, de muy atrás. Una fuente cercana al presidente sitúa su origen en diciembre de 2002. Por aquellas fechas el caso Aguas de Valencia había estallado en las páginas de ABC y Francisco Camps, en su doble condición de secretario general y candidato del PP, realizó unas declaraciones descalificando al periódico Las Provincias, perteneciente al mismo grupo que el diario madrileño. Desde el entorno de Camps se sugiere que esas manifestaciones fueron impuestas por el equipo de Zaplana y contra la voluntad de aquél. Pero el hecho es que Camps nunca desmintió su autoría. A pesar de lo cual, la primera fisura en una relación hasta entonces monolítica había hecho su aparición. La precampaña electoral se desarrolló en un clima de extrema tensión por las consecuencias que se podrían derivar de la guerra de Irak y el hundimiento del Prestige. Una encuesta del CIS llegó a pronosticar la pérdida de la mayoría absoluta por parte del PP en las Cortes Valencianas. El candidato de los populares llegó a sentirse tan aislado que formó un pequeño grupo de personas al margen del aparato del partido. Este grupo le prestó apoyo logístico y alguno de sus miembros, incluso, pagó de su bolsillo sondeos electorales para contrastarlos con la información que les llegaba a través de los canales oficiales.

La revalidación de la mayoría absoluta puso el punto final a todas las tensiones. Zaplana y Camps volvieron a estrechar sus relaciones al punto de que el ministro de Trabajo no puso objeción alguna al nuevo Consell, pese a que en el mismo figuraban Esteban González y Gerardo Camps. Dos personas que el ministro prefería que siguieran en Madrid. Pero eran los nombres que visualizaban el cambio, al extremo de que el recién investido presidente llegó a decir: "Si pongo a todos mis compañeros de COU en el Gabinete y dejo fuera a Esteban y Gerardo nadie hubiera pensado que era mi Gobierno". El primer Consell de Francisco Camps se presentaba ante la sociedad sin provocar fricciones internas en su partido, salvo algún que otro resquemor personal aislado.

El 1 de julio de este año el nuevo Ejecutivo toma la decisión de constituir una comisión delegada de Asuntos Económicos que tenía como objetivo reforzar el control presupuestario sobre la gestión y bloquear cualquier proyecto que no tuviera consignación antes de su evaluación por el Consell. Aparentemente una medida para racionalizar el gasto, pero que suponía un giro de 180 grados respecto de la práctica seguida durante la etapa de Eduardo Zaplana. Ocho días después el consejero de Educación y Cultura, Esteban González, anunciaba la paralización del proyecto de ampliación del IVAM. Y el 23 de ese mismo mes el presidente de la Generalitat anunciaba en público su decisión de renunciar al proyecto de fusión de Bancaixa y la CAM. Demasiados cambios en un periodo muy corto. Al portavoz parlamentario y presidente provincial en Valencia del PP, Serafín Castellano, le faltó tiempo para salir y desautorizar las opiniones de Francisco Camps. Sus palabras contenían ya el germen argumental que se desarrollaría con posterioridad: el presidente se aparta de la política seguida por los gobiernos de Zaplana y se aleja del programa del PP. Sobre el anuncio de paralizar la ampliación del IVAM, fuentes cercanas al ministro de Trabajo se limitaron a señalar: "Es una decisión del Gobierno. Punto".

El mes de julio concluía con una vuelta de tuerca más sobre el titular del Consell. Un día después de que Zaplana pidiera en una junta regional del PP -en la que no estaba presente Francisco Camps- unidad para ganar las elecciones generales de marzo de 2004, Eduardo Ovejero, un diputado autonómico, reclamaba la dimisión del consejero de Presidencia, Alejandro Font de Mora, con la consiguiente repercusión mediática. La fisura abierta en diciembre de 2002 ya era una brecha. Desde la dirección regional de los populares, sin embargo, se minusvaloró este hecho. "Carlos Fabra pidió varias veces la dimisión de Fernando Modrego [ex consejero de Medio Ambiente] y nunca ocurrió nada", dijeron. "Por una cuestión así no se acaba el mundo, pero si se empeñan en filtrarlo y magnificarlo... La bisoñez de algunos les ha llevado a cometer muchos errores".

Los distintos responsables del PP aprovecharon el mes de agosto para aparentar una cierta calma. El presidente de la Generalitat anunció que su Gobierno seguía un camino "perfectamente diseñado" desde hacía ocho años. El consejero de Educación volvía sobre sus pasos y afirmaba que el mapa escolar estaba "técnicamente acabado". Zaplana decía que su supuesta polémica con Camps era un "folletín", pero apuntaba que seguiría al frente de la dirección regional del PP. Y en la cena de despedida del verano en Altea, los dos agonistas escenificaban su reconciliación ante 3.000 militantes. Las sonrisas de algunos miembros del Consell eran una pura máscara. Sabían, o decían saber, que durante ese mes de agosto, en Marbella, durante una comida con sus esposas que reunió, entre otros, a Pedro Antonio Martín Marín, Carlos Iturgáiz, Javier Arenas y Eduardo Zaplana, éste le había pedido al secretario general del PP que forzara la salida de Francisco Camps de la presidencia de la Generalitat. Una versión que es desmentida desde el Ministerio de Trabajo. En el Palau de la Generalitat se limitan a decir que "si el presidente es un obstáculo para el partido se marcha a su casa y aquí no pasa nada. Pero si se va no será a un ministerio, ni a otro cargo público, ni a ninguna empresa. Se irá a su casa y volverá a ser un ciudadano más, orgulloso de haber sido presidente de la Generalitat".

Pese a la evidencia de los hechos nadie asume ser el primero en iniciar las hostilidades. Una negativa que es más contundente entre los partidarios del ministro. Una fuente muy cercana a éste asegura que "no quiere pelear". Y un importante cargo orgánico del PP subraya: "No nos interesan las broncas porque pueden tener un coste electoral. Somos los primeros interesados en que se calme la situación, especialmente porque la cara de las elecciones será la del ministro de Trabajo. Necesitamos paz para lograr alcanzar los mejores resultados". El dirigente del PP, además, contraataca: "Es Camps el que abre el debate al plantear de forma gratuita e innecesaria la cuestión de la presidencia regional a pocos meses de las elecciones generales".

La respuesta llega desde un miembro del actual Gobierno: "El modelo [la unificación de la presidencia de la Generalitat con la del partido] ha funcionado bien hasta ahora y no hay ninguna razón para cambiarlo". "Es más", añade, "el éxito de Zaplana en las próximas elecciones generales dependerá de la buena gestión que lleve a cabo el presidente, al que en ningún caso se le puede ningunear. Ni a él, ni a la institución. Lo que ocurre es que hay un pequeño núcleo en el partido que está en una estrategia maoísta de culto al líder. Se equivocan, concluye, quienes confunden el partido con el Gobierno. Camps es el presidente de todos los valencianos, no sólo de los militantes del PP".

Pero en la dirección del Partido Popular se cree que hay una estrategia "para liquidar el legado de 8 años que son los mejores de su historia. Hay un intento mediático que se alimenta desde el Consell para que Eduardo Zaplana desaparezca de la Comunidad Valenciana". Una opinión que se subraya aún más desde Trabajo: "Existe un odio africano en la prensa valenciana. Como si necesitara aniquilar siempre a alguien. Primero se hizo con Abril Martorell, luego con Lerma y ahora con el ministro. Algunos, incluso, en lugar de ver en Camps un buen gestor, pretenden hacer de él un instrumento de una aniquilación política".

En el Consell las cosas se ven de muy distinta manera: "¿Cuántas veces debemos cantar las glorias y alabanzas de la gestión de Eduardo Zaplana para que él y los suyos se den por satisfechos? El presidente no ha dejado de repetir que su trabajo aquí ha sido magnífico y estupendo y que la actual Comunidad Valenciana no se entendería sin la gestión de Eduardo [Zaplana]".

Por muchos que sean los elogios, más son los agravios que se observan en el otro lado. A la creación de la comisión delegada para asuntos económicos se sumó la destitución de Luis Esteban al frente de la Sociedad Parquet Temático de Alicante (SPTA). Dos decisiones claves para conocer el flujo del dinero. Las tensiones se agudizaron, y el nerviosismo en el segundo escalón también: "Cómo quieren lograr la estabilidad. No se le puede decir a la gente te nombro hasta marzo y a partir de ese mes que te den. A la gente hay que darle cariño, el poder viene rodado cuando se es presidente". Como en todo lo demás no hay acuerdo: "Apenas hemos introducido dos cambios en el segundo escalón y uno de ellos, el de Eloy Velasco [ex director general de Justicia], nos lo sugirieron desde el anterior equipo. Qué quieren".

La confrontación sigue con el decálogo del valenciano. Unas recomendaciones que se utilizan para insinuar un frente de alcaldes que rebrotan la llama del alicantinismo. Un rebrote al que, dicho sea de paso, contribuye una falta de sensibilidad desde Valencia. Pero el decálogo, y en esta cuestión sí parece que existe un cierto consenso, no es otra cosa que una excusa para tensar las relaciones con el Consell y apuntar directamente al consejero Esteban González, el hombre que, según algunas fuentes, debe ser el primero a abatir para debilitar la posición de Camps.

No hay decisión que no suponga un problema en las relaciones entre presidencia de la Generalitat, el PP y Zaplana. La penúltima fue el impulsar la candidatura de José Luis Olivas a la presidencia de Bancaixa. Presidencia había apostado por mantener los actuales equipos en las dos cajas de ahorro y en la Feria de Valencia, pero se encontró con la sorpresa de Olivas, pese a no tener nada en contra de su designación. ¿Qué ocurrió?: desde el Consell afirman que se actuó a espaldas del presidente, pero desde Madrid se insiste en que Camps conocía de sobra la propuesta. ¿Quién dice la verdad?

Un consejero que ya perteneció a los equipos de Eduardo Zaplana y que ahora le es leal a Francisco Camps, aunque no participa en la confrontación, asegura desde un cierto distanciamiento que la situación actual no puede mantenerse más allá de Navidad, algo en lo que coincide con un antiguo cargo provincial del PP valenciano.

Desde esa distancia se muestra moderadamente crítico con la pasividad del presidente. "Camps, afirma, debe convertirse en un referente político y no mantener ese quietismo. La prudencia derivada de la responsabilidad puede confundirse con el no hacer nada". Y añade: Tenemos tres retos por delante: medios de comunicación en los que no estamos presentes. Empresarios: confían en el presidente, pero les gustaría verle actuar con más decisión. Y alcaldes, debemos hablar más con ellos porque son el auténtico poder en el partido".

Camps parece haber escuchado a este consejero a tenor de los encuentros que ha mantenido en los últimos días en Alzira y en Requena. Una persona cercana al presidente es categórica al afirmar que Madrid ya ha tomado una decisión y que Camps será el próximo presidente regional del PP, pase lo que pase. Pero desde la actual dirección de los populares se advierte: "Un congreso, ahora, lo ganamos de calle. Sería un paseo militar".

Un observador socialista también cree que habrá un "abrazo de Vergara" entre los principales agonistas de la crisis de los populares valencianos, aunque advierte de que el pacto supondrá que habrá bajas en los dos bandos. Precisamente las de quienes más se han significado en la batalla

El fin de la gran simbiosis   

Una sola y escueta frase ("el presidente de la Generalitat debe presidir el PP") del consejero de Territorio, Rafael Blasco, ha supuesto el fin del matrimonio público más fecundo que ha dado la política valenciana en los últimos años. Esta declaración, que no ponía en tela de juicio la trayectoria de Eduardo Zaplana y que era una obviedad hace unos meses, en cambio ha tenido el efecto de un torpedo en la línea de flotación del ministro de Trabajo, que desde que dejó la presidencia de la Generalitat está tratando de retener a toda costa el poder que le confería el cargo de jefe del Consell, supeditando la máxima institución de los valencianos, ahora gobernada por el también popular Francisco Camps, a la estructura orgánica del PP que él aún preside.

Blasco, con el destino político unido a Zaplana desde 1995, hacía visible así su posición ante un conflicto larvado, pero ya incontenible, que empezó a aflorar en el verano, cuando Camps constató que la voluminosa deuda de la gestión de su antecesor lastraba con plomo las alas de la Generalitat y empezó a efectuar correcciones sobre proyectos que ya estaban en marcha. La respuesta a la inesperada observación de Blasco ha sido furibunda por parte de los lanceros nada autogestionarios del ministro. Zaplana había soltado las riendas a la jauría y daba por rota la relación.

A principios de 1995 Blasco vivía horas bajas. Había fracasado en su intento de poner en marcha un proyecto político con el nombre de Convergència Valenciana, en el que trató de agrupar la dispersión del nacionalismo valenciano de distinto signo para refundarlo y obtener presencia parlamentaria, lo que hubiese facilitado su regreso a la política, de la que fue arrancado de cuajo bajo la sombra de cohecho por Joan Lerma, de quien había sido estrecho colaborador en sus distintos gobiernos en la Generalitat socialista. Su destitución al frente de la Consejería de Obras Públicas en 1989 había ido acompañada de una implacable persecución orgánica y un ácido proceso judicial que deterioró su prestigio político, pero del que había logrado salir ileso al ser absuelto por el Tribunal Supremo en 1993. Sin embargo, en el horizonte político no había sitio para este remoto luchador del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico.

Entonces recibió la llamada de Zaplana. Blasco había sido una figura neurálgica en la Generalitat socialista como consejero de la Presidencia y de Obras Públicas. Había urdido el entramado administrativo y político del gabinete autonómico, había ordenado el territorio, había impulsado la creación de la Ràdio Televisió Valenciana, incluso había proyectado la red de metro en Valencia. Conocía como la palma de la mano la selva y la fauna que Zaplana aspiraba a ocupar y someter, si las encuestas que tenía en el bolsillo eran refrendadas por las urnas. Y tenía abierta una herida psicológica que sólo podía restañar su regreso a la política. Zaplana le brindó un pasaje a la rehabilitación a cambio de que lo ayudara en la campaña electoral y lo guiara en el interior del Palau de la Generalitat para camuflar al máximo su bisoñez e inseguridad. A partir de entonces, Blasco y su mujer, Consuelo Ciscar, empezaron a dejarse ver en algunos actos electorales del PP. Era la parte perceptible de una intensa colaboración que ya se desarrollaba en la sombra como coordinador del programa de administraciones públicas del PP.

A la llegada de Zaplana al Palau, gracias al pacto del pollo con Unión Valenciana (UV), Blasco se convirtió en su lazarillo desde la Secretaría de Planificación y Relaciones Externas. Allí, con su experiencia, era una pieza imprescindible en el engranaje del nuevo Consell. Articuló un discurso que ponía el acento en la autoestima y que bautizó como poder valenciano, aprovechó la coyuntura propicia del pacto en Madrid entre el PP y CiU para promover el pacto lingüístico, desplegó la estrategia para fagocitar a Unión Valenciana y demoscópicamente engordó al Bloc Nacionalista Valencià lo suficiente para que no lograra representación pero para que sangrase el máximo de votos socialistas. Era el disco duro de Zaplana.

Como compensación, Zaplana lo nombró en 1999 consejero de Empleo, y sólo un año después, de Bienestar Social. En ambos departamentos creó un lenguaje social cuya sintaxis era fácilmente reconocible en el texto de la ponencia que Zaplana defendió en el XIII congreso del PP en Madrid, y cuyo efecto supuso un adelantamiento por la derecha al PSOE en políticas sociales. La deuda de Zaplana con Blasco había expirado con su regreso al Consell, sin embargo el ex socialista se había convertido en un sólido valor estructural de la Generalitat popular.

Su presencia en el primer gobierno de Camps ya era una respuesta a esa necesidad. El nuevo presidente, sin que se produjese la intermediación de Zaplana, le ofreció que continuase en su proyecto. La simbiosis ya estaba muerta: Blasco se debía a quien le había nombrado en el cargo. La confianza de Camps era máxima: le había reservado la Consejería de Territorio y Vivienda, una de las más vistosas de su Gobierno y con un gran protagonismo político por la Ley de Ordenación del Territorio y el impulso de viviendas sociales. Desde la amplia perspectiva de Blasco en el Consell, no se había producido una relación de poder tan perversa para la institución como la planteada por su antigua pareja de baile, y como miembro del Gobierno no afiliado al PP era el más indicado para lanzar la piedra sobre la placa de hielo que disimulaba las procelosas aguas del estanque en favor de Camps ( Noviembre 2003 )

Publicado en El País. Noviembre 03

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