

Miguel
Ángel Aguilar
Regreso al 93
Se anunciaba en
los carteles del Congreso de los Diputados el debate sobre el estado de la
nación. Quienes pensaban que se abría una oportunidad para el esclarecimiento
quedaron defraudados. El presidente del Gobierno, José María Aznar, en su
primera intervención comprometía la convocatoria electoral para marzo de 2004 y
reproducía aquel aforismo de Elías Canetti según el cual no se puede respirar
cuando todo está lleno de victoria. Otra cosa es el análisis de en qué consiste
esa victoria. Hablaba con tono cansino, pero estaba henchido de autosatisfacción
y contaba los folios por éxitos sin concederse flaqueza alguna. Guardaba la
pólvora para las réplicas pero avanzaba algunos desplantes en la línea
dialéctica habitual para dar satisfacción a su hueste.
Por la tarde
abría turno el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero, y centraba
su discurso en la enumeración de los desastres y de las mentiras del Gobierno.
Luego, lanzaba propuestas de regeneración encaminadas a dar más poder a los
ciudadanos, desbloquear las listas electorales, sanear el modelo de televisión
pública, levantar el sometimiento del Parlamento al Gobierno, establecer un
efectivo control del Ejecutivo, fijar un estatuto de imparcialidad de la
presidencia de la Cámara, crear una Oficina Presupuestaria en el Congreso y
recordaba que todas ellas figuraban en el programa electoral con el que el PP se
presentó a las últimas elecciones generales del 2000. Enseguida brindaba excusas
por los errores imputables al incluir dos indignos en sus listas y pasaba a
distinguir entre el proceder del PSOE, que expulsó a los corruptos de sus filas,
y el del PP, que nada ha tenido que reprocharse pese a los militantes enredados
en la trama que van sacando a la luz los medios informativos.
A partir de ahí,
el presidente tachaba a su antagonista de todos los catastrofismos imaginables,
desgranaba toda una catarata de cifras en favor de su gestión y se regodeaba en
mortificar a Zapatero poniendo en duda que pudiera aguantar hasta ser el
candidato socialista en pugna con el que resulte agraciado en el PP. Aquello
parecía una discusión de contables y toda la esgrima parlamentaria iba dirigida
a esquivar las respuestas a las cuestiones planteadas sobre Perejil, Gibraltar,
Irak, las armas de destrucción masiva, el Prestige, la inseguridad
ciudadana, el precio de la vivienda, las traviesas del AVE, los contratos con la
empresa Ansaldo negociados por el yernísimo Agag, el accidente del Yakovlev con
62 militares muertos, la colisión ferroviaria de Chinchilla con 19 víctimas.
Continuaba Zapatero su particular rosario con la modernización fallida de la
economía, la concentración del poder económico financiero y mediático resultante
de la privatización de las empresas públicas entregadas en manos de los
amiguetes, el intervencionismo, el retroceso en los índices de productividad, el
retraso en cuanto se refiere a investigación y desarrollo, el fracaso de los
planes de innovación tecnológica, la gestión del compañero de pupitre en
Telefónica con apropiación de 80.000 millones de pesetas en indemnizaciones, el
despilfarro de un billón de pesetas en plataformas inviables y fútbol de interés
general mientras se planea despedir a 15.000 empleados, los apagones eléctricos,
la precariedad y temporalidad del empleo y las necesidades sin cobertura de los
ancianos necesitados de asistencia domiciliaria, por ejemplo.
Por parte alguna
asomaba el propósito de recuperar el consenso ni siquiera en aquellos asuntos
como los de política exterior considerados como cuestión de Estado. Aznar volvía
a exhibir sus limitaciones pero también sus destrezas. De ninguna manera parecía
dispuesto a ofrecer un terreno para el acuerdo. Como sucedió desde el principio
de la crisis de Irak sigue considerando que es mucho más favorable quedarse solo
y excluir al PSOE, al que prefiere emparejar de modo permanente con los de IU,
mencionados siempre como compañeros de pancarta de un Zapatero imaginario
vestido de unos radicalismos a los que siempre ha sido refractario. Estamos,
pues, en pleno proceso de construcción del adversario ideal. Pero, atención,
considérese si un PSOE desalentado, sin esperanzas razonables para 2004 no
tendería a instalarse en la rabia clarificadora, de modo que cunda el muera
Sansón y los especuladores con el consiguiente derrumbe de muchos prestigios
hasta ahora intangibles. Un PSOE descartado podría emprender una catarsis con
repercusiones graves más allá de sus filas. Podríamos estar en vísperas de uno
de esos conflictos luminosos y esclarecedores, de regreso a las exasperaciones
del 93.
(*) Publicado en El País.01.07.03
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