

FERNANDO DELGADO
Que nos lo aclaren
Hay muchos personajes de real importancia en la vida política,
social y cultural española que no cuentan con una biografía. Y
es que no sólo el trabajo de biógrafo requiere una generosidad
que no abunda aquí, sino que no todo hombre o mujer importante
tiene vida para ser contada. De ahí la fortuna de Esperanza
Aguirre al haber dispuesto de la dedicación de una biógrafa,
además de poseer, aún distante de la edad longeva, una vida de
interés para ser contada. Si hay más biografías de muertos que
de vivos, que no lo sé, es posible que algo tenga que ver con la
necesidad de los biografiados de acumular experiencias vitales,
contar con tiempo vivido, pero también es cierto que ahora se
vive más rápidamente y quizá no sea preciso exponerse a que, a
un descuido, te honren antes con un funeral que con una
biografía.
Esta podía ser una explicación para los que dan por precipitada
la biografía de Aguirre, que al fin y al cabo tampoco es una
niña, aunque la niña que fue también aparece en el libro, con
sus anécdotas y sus ternuras. Una biografía que se precie no
rechaza el anecdotario, ni el perfil íntimo de su protagonista,
y el error de Mariano Rajoy es haber dado el libro por
anecdótico en lo que menos tiene de tal. Por eso es una lástima
que lo que esta biografía contenga de pensamiento político
sustancial se haya visto oscurecido, incluso para Rajoy, a causa
del cotilleo del lector que ha sacado de contexto las penurias
económicas de la biografiada en la administración de su casa.
Bien es verdad que, en el contexto y fuera del contexto de sus
confesiones, la provocación de Aguirre es la misma, pero uno de
los atractivos de esta biografía es que la protagonista sea una
provocadora viva. Del mismo modo que una de las ventajas que
tiene el biógrafo del vivo es que puede contar con la
colaboración de éste, sin renunciar a su propia descripción del
biografiado, y que la voluntad de ayuda de Aguirre a su biógrafa
ha sido en este caso notoria.
La entrevista es un buen recurso para este logro, piensen lo que
piensen los puristas del género, si los hay, porque la
entrevista da lugar a la confesión y la confesión hace derivar
la biografía hacia la autobiografía o las memorias. Las memorias
tienen, respecto de la biografía, la fuerza y el desgarro del
yo, y la biografía de Aguirre gana en interés en lo confesional.
En España no han abundado tanto los memorialistas, aunque los
tengamos muy buenos, como en el caso de los anglosajones. Pero
la diferencia esencial entre las memorias de un español y un
anglosajón es que el primero se dedica al prójimo,
preferentemente, y el segundo se desnuda a sí mismo. En lo que
su biografía tiene de memorias, Aguirre es muy española, como
cabe esperar de ella, tan castiza, y como bien han podido
comprobar sus víctimas, con lo que ella queda estupenda. Puesta
a confesarse, prefiere hacerlo con los pecados del otro, de
manera que, si por su biografía circulan pecadores muy diversos,
debe ser porque ella ha tenido una intensa convivencia con
ellos, buena documentación y no poca memoria.
Es verdad que la memoria acomete infidelidades que transforma en
el tiempo detalles y percepciones, pero por muy impura y
licenciosa que sea una biografía lo que no admite es la ficción.
Así que cuando Aguirre sostiene que Alberto Ruiz-Gallardón
conocía de antemano el atentado que Tamayo y Sáez iban a
perpetrar contra la voluntad popular, y se lo calló, no puede
tratarse de una invención que dé al traste con el rigor del
libro. Sobre todo porque, de ser una invención, con lo que daría
al traste sería con su decencia y no parece que le convenga a
esta Comunidad que la presida alguien con ese inconveniente.
Gallardón sostiene, sin embargo, que Aguirre no dice la verdad,
con lo que este libro nos deja al menos una reflexión para
después de su lectura: ¿Tiene el alcalde de Madrid que responder
de su complicidad con una trama antidemocrática de gran
envergadura o es la biografiada Aguirre una calumniadora? No sé
si la pregunta interesa al crítico de libros, pero el ciudadano
de Madrid ha de exigir que se aclare si es culpable Gallardón o
lo es la presidenta. Con este interrogante sin resolver no
podremos llegar a mayo de 2007.
www.elpais.es 05.12.06
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