

VICENTE
VERDÚ
La traición
¡Por fin,
esta semana, una noticia política de auténtico interés! No cabe duda de
que para los socialistas del aparato la traición de dos de sus
correligionarios ha caído como una bomba, pero justamente la explosión
ha otorgado al sistema una importancia incalculable: ha potenciado el
peso de la política y su olvidado movimiento de aventura, ha vigorizado
su enérgico quehacer frente al tedio de los pactos, ha elevado la
curiosidad frente a la rutina de los programas inspirados en sondeos
previos y promesas homologadas.
En primer
lugar, el llamado "diputado traidor", señor Tamayo, ha rendido honor a
su apellido montando la escena y alterando, de un golpe, las reglas de
la representación convencional. Consecuentemente, la clave estos días no
fue la representación electoral, sino la representación total: la
representación de la rebeldía feroz, de la deslealtad ominosa, del
delirio extravangante o del desmedido amor al dinero. Un partido
político, una coalición, una Asamblea, la supercomunidad de Madrid
frente a un individuo y su pareja. He aquí la situación óptima para la
épica, el escándalo vistoso y el arrobo del espectador. Muy pronto, la
política recurrirá deliberadamente a estos formatos con el apremiante
objetivo de ganar audiencias. Gracias a la incorporación de las reglas
de la dramaturgia, la política será entonces mejor representable y apta,
sobre todo para lograr la categoría mediática necesaria hoy a cualquier
actividad para obtener visibilidad, viabilidad o existencia verdaderas.
Hasta el martes pasado, el proceso constitutivo de la Comunidad
madrileña era sólo formalismo, acontecer de bajo nivel. Pero, después,
tras la irrupción de la pareja Tamayo-Sáez, el desmayado argumento se
fue encarnando y encarnizando. La vida política sin otro guión que su
pautado devenir interno no merecía más atención que la de los
corresponsales especializados, pero la intervención escénica de Tamayo y
compañía ha hecho vibrar a toda la profesión, al público indolente y a
la casi totalidad de los espacios de noticias. Significativamente, la
política, gracias al hecho "increíble", ha abandonado su carácter de
ficción. O viceversa: ha logrado su punto de máxima realidad gracias a
trasvestirse como espectáculo.
(*) Publicado en El País.14.06.03

volver
|