

JAVIER
TUSELL
La muda, el
locuaz y el ostracismo
Los asiduos
lectores de novela negra saben que los protagonistas detestables en ella no son,
en realidad, esos eficientes profesionales llamados gánsteres, sino los
tenebrosos individuos ocultos bajo una apariencia de respetabilidad. El mítico
detective Marlowe en El largo adiós, de Raymond Chandler, hace una
afirmación solemne y sin matices: "Se puede desempeñar un cargo público
importante por los siglos de los siglos sin más título que una nariz aguileña,
un rostro fotogénico y una boca bien cerrada".
Lo sucedido con
los dos diputados socialistas de la Comunidad de Madrid introduce una variante:
una faz pétrea puede también ser un sustitutivo útil a la mudez. Si ya es
inconcebible no dar explicaciones cuando están en juego el voto, los dineros y
los destinos de millones de seres, el diputado locuaz ha conseguido una
declaración inscribible en el Guinness por la radical incapacidad para
convencer a nadie de sus afirmaciones. Cabe decir más: en sus propios ojos era
patente que él mismo no creía las palabras que pronunciaba.
El lector de
novela negra sabe también que el incidente inicial intrascendente da luego lugar
a una espesa intriga en que se arraciman los recovecos que Marlowe acaba por
desenredar. Pero la vida en ocasiones no es tan complicada como en las novelas
de Chandler. Ahora se han cubierto páginas y páginas en los diarios dedicadas a
supuestas conspiraciones urbanísticas o a perversos intereses económicos. Es
posible que así sea y que haya que recurrir con urgencia a Marlowe para
investigarlos. Pero resulta también creíble que la explicación sea más simple:
el famoso "calentón" de un diputado que no llega a tener satisfechas sus
ambiciones y que acaba por suicidarse y matar a los suyos para convencerles de
que eran legítimas.
Lo importante es
que lo sucedido revela un nivel de calidad de nuestra democracia francamente
mejorable, porque junto a esos diputados hemos tenido directores generales
dedicados a pescar subvenciones ilegítimas al mismo tiempo que las
administraban. Lo que eso revela es la existencia de una clase política a la que
poco le importan los ciudadanos.
El ideal de
político en una democracia es "el ciudadano legislador", es decir, quien deja
temporalmente su dedicación profesional para ocuparse del bien común. A este
individuo debe exigírsele un plus de honorabilidad: son los estándares de la
cultura política anglosajona aplicados por partidos e instituciones. Un
individuo ligado a intereses inmobiliarios, por ejemplo, no debería tener nunca
responsabilidades partidistas en Medio Ambiente, como ha sucedido con el
diputado socialista en cuestión.
Pero hay también
otro procedimiento en algunas democracias que podía haber sido útil en este
caso. La revocación o recall la inventaron los griegos con el nombre de
"ostracismo", existe hoy en Suiza y varios Estados norteamericanos y permite
despojar de su puesto a quien se haya convertido en indigno. De esta manera no
se convierte el mandato del diputado en imperativo o dependiente por completo
del partido, no hay que recurrir a una nueva y costosa elección y no se
prescinde de la legitimidad de la previa. El solo hecho de que exista la
revocación disuadiría el espectáculo chocante de estos días para el que no se
adivina solución buena. Lo peor no es que lo sucedido -por una imagen de
impericia y de ignorancia acerca de con quién se está- deteriore seriamente el
programa renovador de Zapatero. Lo pésimo es que lo que estamos viviendo puede
repetirse de nuevo en este partido o en otro. Y, en frase otra vez del detective
Marlowe, la presencia de esa clase de carotas, mudos o demasiado locuaces debe
ser evitada en política como "las cebollitas para cóctel en un banana split".
(*) Publicado en El País.14.06.03