

IGNACIO
SOTELO
Hedor a
corrupción
A veces en la
lotería de Navidad algún desaprensivo reparte participaciones de un décimo que
no ha comprado. El que se descubra depende casi siempre de la escasísima
probabilidad de que toque el número. Si en la autonomía de Madrid se hubiera
mantenido la mayoría absoluta del PP o ganado la izquierda por una mayor
diferencia, hoy sería calumnioso dudar de la integridad moral de uno solo de los
designados por los partidos para formar sus listas. Importa dejar constancia de
un hecho capital que los partidos se han encargado muy bien de mantener en la
penumbra, y es que el incidente no hubiera ocurrido con unos resultados menos
ajustados. Sólo por esta maldita casualidad hemos podido vislumbrar entre una
densa niebla las miasmas de la corrupción. Muchos piensan que se divisa tan sólo
la punta del iceberg; mientras que los partidos, en cambio, defienden la
honorabilidad de los elegidos en las listas que han confeccionado, aunque
reconozcan que sea inevitable que entre tantos no se cuele algún sinvergüenza.
Opinión tan convincente como la de afirmar que únicamente han vendido
participaciones sin haber comprado el décimo aquellos que han tenido la mala
suerte de que les haya tocado.
Lo que más
descorazona en esta historia es que los dos diputados díscolos tratasen al
principio de justificar su comportamiento, alegando que querían evitar una
coalición con Izquierda Unida. En la primera comparecencia ante los medios de
comunicación Rafael Simancas desmontó esta explicación, argumentando que, de ser
así, debieron haberla esgrimido en el lugar y en el momento oportunos. Digno de
consignarse, en todo caso, es que entrara en esta discusión, pese a que el
pretexto aducido no se sostenga lo más mínimo; resulta evidente que el que
estuviere en contra de una coalición, por lo demás cantada, con Izquierda Unida
no podía ir en las listas del PSOE.
A las pocas horas
se produjo la mayor sorpresa, al ser expulsados del partido los dos diputados
rebeldes, sin darles la oportunidad que pedían de hablar con el secretario
general y exigiéndoseles que dimitieran inmediatamente. Cambio tan brusco
hubiera parecido tan autoritario como injustificable, a no ser que se barajase
ya la sospecha de corrupción, como al día siguiente hicieron explícita varios
periódicos y radios. Los diputados rebeldes han intentado luego corregirse, pero
ya sin la menor credibilidad, hablando de luchas internas en la federación, de
compromisos no respetados, en fin, de querer tan solo reducir la presencia de
Izquierda Unida al peso que le dan sus votos.
En un sistema
parlamentario en el que los diputados se han convertido en meros autómatas a las
órdenes de los dirigentes de los partidos hubiera sido esperanzador encontrar
personas que anteponen sus convicciones a la mera obediencia interesada. Que en
el Parlamento británico o en el alemán haya diputados que en algunas ocasiones
votan en contra, o se abstienen en aquello que decide la dirección, es síntoma
de que, pese a todo, algún resquicio queda para la conciencia individual. No se
debe denigrar al que aprovecha los medios de que dispone para conseguir lo que
en conciencia considera positivo. Frente a la doctrina y práctica que las
cúspides de los partidos tratan de imponer es bueno para la vitalidad y decencia
de nuestras democracias que haya rebeldes, aunque no tantos que el país se haga
ingobernable. Sin la menor duda, se precisa un cierto equilibrio entre
disciplina y conciencia; pero para alcanzarlo se requiere instrumentos que, no
sólo faltan en España, sino lo que es más grave, ni siquiera se echan de menos.
Un aspecto penoso de esta crisis es que, después de lo ocurrido, cada vez será
más difícil criticar el principio de que el diputado que no esté de acuerdo con
la dirección no tendría más que dimitir y dejar que corra la lista;
lamentablemente el escándalo contribuye a que se consolide aún más el poder de
las cúspides de los partidos.
La posibilidad de
una negociación con los rebeldes, que en pura lógica parlamentaria hubiera sido
lo más oportuno -en un grupo integrado por personas libres y responsables
siempre hay que hablar y, a menudo incluso, pactar-, acabó en el instante mismo
en que se hizo evidente que prevalecían intereses espurios. Pero una vez que los
diputados rebeldes quedaron desenmascarados como corruptos, es ya muy difícil
que la sospecha no roce a un mayor número. Por más que los partidos insistan en
que la corrupción es un fenómeno individual, a la postre inevitable, debido a la
naturaleza pecaminosa del ser humano, lo cierto es que siempre se produce dentro
de un ambiente, con un amplio espectro de responsables, por activa y por pasiva,
en el caldo de cultivo que produce determinadas estructuras sociales y de poder.
Más que en la innegable corruptibilidad de la naturaleza humana, imposible de
erradicar, hay que poner énfasis en la corruptibilidad del sistema, que siempre
cabría corregir.
Una vez que se
expande el hedor a corrupción, resulta bastante difícil limitarlo a sus aspectos
singulares. Dos corruptos pueden encontrarse en cualquier grupo social, pero
¿por qué se expulsa también al señor Balbás? Dentro de la Federación Socialista
Madrileña, en la política de estos últimos años ¿qué ha significado esta
corriente, que se dice disuelta sin haber estado nunca formalizada? ¿Acaso los
otros diputados elegidos de la misma corriente son trigo limpio simplemente
porque para la operación no se necesitaba más que dos? ¿Los pertenecientes a las
otras fracciones, renovadores o acostistas, son mejores que los llamados
"renovadores por la base"? Si son ciertos los rumores que de estos últimos
corren, y que ha corroborado el incidente en la Asamblea, ¿por qué los han
integrado en las listas? ¿Quién o quiénes son los que han tomado esta decisión?
Y no vale escudarse en los órganos colectivos, como los últimos responsables, ya
que al final ratifican lo que han cocinado unas pocas personas en petit
comité.
Con todo, lo más
escabroso en esta historia es que el tufo alcanza también a los populares. Los
empresarios a los que se acusa de haber comprado a los dos diputados del PSOE
son afiliados del PP, se habla de reuniones en la calle Génova y se recuerda el
pasado del antiguo alcalde de Majadahonda. En suma, la pestilencia llega a los
dos grandes partidos mayoritarios; justamente por ello será muy difícil
desembrollar la trama y sobre todo el ambiente en que se ha produci-do, máxime
cuando desde un primer momento, con reproches mutuos, han acudido a los
tribunales, seguros de que hasta que éstos hablen, que tardarán, se podrá
mantener la olla sin destapar.
Javier Pradera,
en un magnífico artículo publicado en este mismo periódico el 18 de junio, del
que el mío pretende tan sólo ser una glosa, ha descrito el estado de ánimo de
los militantes y votantes socialistas como el de la familia que ve recaer al
hijo drogadicto que creía curado. En efecto, en el PSOE han cambiado las caras,
pero el discurso y sobre todo las conductas reproducen cabalmente las de la
anterior generación -tampoco en esta ocasión nadie está dispuesto a asumir
responsabilidades, recurriendo de nuevo a judicializar la política-, pero con el
agravante de que los epígonos están a distancia muy considerable de los modelos
que imitan.
El golpe más
fuerte para el PSOE es que se ha desvanecido la imagen de un nuevo empezar; para
el sistema democrático, que se percibe una malla de corrupción que cubre los dos
grandes partidos que tocan poder. En la lucha que en defensa de la democracia se
lidia actualmente en el País Vasco, nada podía ser más perjudicial que la sombra
de la corrupción cayera sobre socialistas y populares. En Cataluña, CiU ya tiene
lema para la próxima campaña electoral: "No vote a socialistas ni a populares,
si quiere salvar al país de las miasmas madrileñas", aunque bien pudiera ser que
el mayor beneficiario al final fuera Esquerra Republicana
(*) Publicado en El País.26.06.03