

EDUARDO HARO TECGLEN (*)

Corrupción contra ilusión
Escuchaba ayer con atención a dos grandes juristas discutir
sobre la sentencia del Supremo y el Parlamento vasco; sin política por su parte,
y aun dejando a un lado las cuestiones de error o acierto de cada parte: y es
que creen que están en un Estado de Derecho, escrito sea con las equívocas
mayúsculas. Comprendo esta situación, como la de quienes creen en Dios y
obedecen a la Iglesia: si no, no les quedaría nada. No les voy a convencer de
que en la Nada se está tan a gusto. Se ven pasar tránsfugas, traidores, ineptos,
compradores de votos y escaños, políticos que despiden embarazadas porque no
están casadas con el padre; se ve el votante herido, engañado. "Por esto", diría
yo, señalando la Asamblea de Madrid, a quien me pregunta por qué no voto. Ya sé
que no tengo razón: estoy temiendo que en las elecciones generales la izquierda
no vote, porque piense que es inútil, y que la corrupción devora la ilusión.
Para no votar hay que perderla antes; y también en el Estado de Derecho, y en
las autonomías y los parlamentos, ayuntamientos, comunidades, diputaciones o lo
que sea. Y en la Ley y en la ley. En la Justicia y en la justicia.
¿Corrupción? El caballeroso partido socialista, bendita sea
su inocencia, no pronuncia la palabra, porque sería mal correspondida por el
Estado de Derecho. No se va a decir que el PP haya comprado a los diputados
conflictivos, porque podría ser una calumnia: a menos que lo demuestren, y no sé
si ya estarán contratando a la Agencia Pinkerton para que averigüe algo. Trato
de decir que "corrupción" no es sólo pago en dinero, o entrega de obras a
constructores amigos, o de doncellas para la cama solitaria, sino una perversión
moral. El que vende a su partido en el último momento es un corrupto. Moral,
claro. Ético.
Otro gran y querido compañero, Ridao, separaba en la SER la
ética de la política. Es discutible. Se puede creer que los bastidores internos
del poder ignoran la ética, y que Roma no cesa de pagar traidores, y que "esto
es así", como decimos tantos: pero en la democracia hay una base ética, y muchos
de los que la desean, o la defendían, y muchos de los que se inclinan a la
izquierda, hasta a la que se considera indeseable, lo hacen por ética: su clase
social viviría mejor en una burguesía segura y remunerativa. Pero no lo aceptan:
por ética, por moral. Laicas, naturalmente.
(*) Publicado en El País.12.06.03
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