“ Se ha demostrado que nosotros hemos ganado las elecciones cuando no teníamos a nadie a nuestra derecha ”
 ( Aznar. Cadena COPE. Septiembre 1997 )

La explotación de la XENOFOBIA

Carente de estructura y de líder, la ultraderecha española no ha representado una amenaza hasta hoy, pero los nutrientes que le han hecho crecer en Europa están cada día más presentes aquí

Tras el escaparate discursivo de lo 'políticamente correcto', la 'lepenización de los espíritus' gana cuerpo en nuestra sociedad hasta el punto de que algunos analistas sostienen que en España se dan ya las condiciones objetivas para el surgimiento de una fuerza política xenófoba, sobre la base del rechazo a la inmigración, los conflictos identitarios y las tensiones territoriales.

Aunque intriga desde hace años a los estudiosos, la cuestión sólo aparece, y ocasionalmente, en el panorama político español como uno de esos viejos fantasmas familiares de los que felizmente se siguen sin tener noticias. España es uno de los raros países que permanecen al margen del mayor fenómeno político europeo de las últimas dos décadas: el fulgurante ascenso de la extrema derecha. Casi todos los Estados de la Unión cargan hoy con la mancha de tener a la ultraderecha sentada en sus Parlamentos y son millones, entre el 10% y el 27% del electorado, los europeos que componen la marea del ultranacionalismo populista, identitario, protestatario y xenófobo, adobado explícitamente o no con neofascismo y neonazismo, que sitúa a la inmigración y la globalización en el origen de los modernos males de las patrias.

¿Qué pasa en España?, se preguntan también los politólogos extranjeros. ¿Está verdaderamente vacunada contra ese oscuro malestar social, ese sucio temor al futuro que a veces se manifiesta como el estallido de un volcán en erupción, y generalmente, como la ola de lava que se despliega lenta y persistentemente empeñada en derribar los muros de contención del sistema, en anegar espacios reservados a la democracia, en condicionar severamente las políticas clásicas europeas? La respuesta más o menos común es que aquí no pasa nada. "¿La extrema derecha? Ni está, ni se le espera", cabría resumir a tenor de las contestaciones de los políticos españoles. Parte de las izquierdas ha encontrado la explicación perfecta que aspira a resolver el enigma desde la simplicidad y contundencia de las pretendidas grandes obviedades: "Sí que hay extrema derecha en España, pero no se la ve porque está en el Partido Popular".

Sin dejar de admitir que tras la llegada de la democracia, Fraga arrastró consigo a varias corrientes del neofranquismo, el PP ve en esa acusación una doble falacia destinada a negar el mérito de un partido que ha sabido deglutir e integrar en el sistema a parte de la vieja derecha franquista y cerrar el paso a la extrema derecha.

Se lamenta de la frivolidad con que los nacionalismos periféricos y una parte de la izquierda utilizan contra el PP el término "facha", un insulto que induce peligrosamente a la banalización, al equívoco y a la confusión entre el conservadurismo y las ideologías totalitarias.

"La izquierda debería ser consciente de que la extrema derecha europea se nutre por igual de antiguos votantes de derecha e izquierda y que ellos no están a salvo de ese peligro", destaca José Antonio Zarzalejos, miembro de FAES, el gabinete de ideas vinculado al Partido Popular. Basta mirar al antiguo "cinturón rojo" de París, hoy teñido con los colores del Frente Nacional, para constatar lo justificado de esa observación. Porque Le Pen y Haider lideran hoy los primeros partidos obreros de Francia y Austria.

Entre la clase política, hay quienes opinan, incluso, que más vale no hablar de lo que no existe, no vayamos a dar corporeidad a los fantasmas, o a cuestionar implícitamente el extraordinario comportamiento de la sociedad española ante tragedias como la masacre de Madrid y la propia inmigración.

Según eso, las explosiones de violencia xenófoba en El Ejido (Almería), en Can'Anglada de Terrassa (Barcelona), en Banyoles (en Girona), en Níjar (Almería), en Lepe (Huelva), en Almoradí (Alicante) y en Elche no tendrían verdadera significación, serían estallidos fugaces de problemas locales que se explican exclusivamente por las claves internas de esos conflictos. Y por lo mismo, el indecente espectáculo que la afición española ofreció el 17 de noviembre pasado en el partido contra Inglaterra habría que explicarlo por los hábitos futbolísticos de aprovechar cualquier circunstancia para zaherir y perturbar al adversario.

¿Pero se puede ignorar que las organizaciones neonazis y neofascistas españolas habían convocado expresamente a ese partido a través de Internet donde, por cierto, el número de webs racistas violentas se ha disparado últimamente hasta superar ya el centenar? ¿Y de dónde salen esas masas aborregadas de aficionados que secundaron los gritos guturales contra los jugadores negros de la selección inglesa? ¿En qué campos de cultivo mediático se bañan los militantes del PP que el 22 de enero arremetieron contra el ministro de Defensa, José Bono, en una manifestación por las víctimas del terrorismo? ¿Qué le lleva a un senador de un partido democrático a acusar a Gregorio Peces-Barba de prestar amparo a los verdugos terroristas? ¿Estas actitudes no invitan a pensar que el desenfreno demagógico y populista, la ruptura de los límites, pretende solaparse también en la derecha democrática?

Ciertamente, sobre todo después del 11-M, la sociedad española parece ahíta de preocupaciones: la seguridad amenazada por los terrorismos y la delincuencia, las tensiones y retos territoriales, la enrarecida atmósfera de permanente bronca política... El periodista tiene que reconocer que la duda sobre el sentido último de este reportaje le ha asaltado alguna vez durante la preparación del trabajo y que sólo la constatación de los cambios que empiezan a producirse efectivamente en España, cambios de bastante calado, le ha llevado a seguir adelante. Porque, de entrada, las encuestas de ámbito internacional muestran que la sociedad española ha dejado de ocupar el puesto excepcionalmente bajo que le distinguía hace sólo 4 años en el ranking de xenofobia y racismo (Diamanti 2000 y Eurobarómetro EB 53, 2000) para situarse hoy (Encuesta Social Europea 2002-2003) mucho más cerca de la media europea.

También las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) certifican que la actitud ante la inmigración se ha modificado sustancialmente desde 2001, fecha que puso punto final al periodo en el que la aceptación de la inmigración creció paralelamente al aumento del número de inmigrantes en una etapa de crecimiento económico -el desempleo bajó del 16% al 11% y la tasa de actividad ascendió del 49% en 1991 a 55% en 2003- que aportó la creación de 4 millones de empleos y la percepción de que los trabajadores extranjeros eran necesarios y no venían a quitar el trabajo a nadie.

"Los actos de xenofobia y racismo que se han producido en España en los últimos tiempos no son manifestaciones de un fenómeno aislado, sino la prueba de que existe una penetración sociológica de las ideas de extrema derecha en ámbitos, como los estadios de fútbol, los barrios populares o los territorios de las tribus urbanas, en los que tradicionalmente ha estado ausente", afirma Xavier Casals Meseguer, doctor en Historia y uno de los mayores especialistas en la materia. "Esa penetración tiende a ser más acusada en suburbios de áreas metropolitanas y poblaciones comarcales y nos preguntamos si éste es el paso previo necesario para que en un futuro, cercano o lejano, la ideología de ultraderecha llegue a adquirir corporeidad política".

La última encuesta del CIS, correspondiente a mayo de 2004, confirma el cambio de tendencia hasta el punto de que se invierten algunas de las opiniones recogidas cuatro años atrás. El rechazo hacia los inmigrantes magrebíes -la islamofobia se ha hecho claramente perceptible tras el 11-M- es netamente superior al que suscitan los latinoamericanos.

Extranjero y delito, inmigrante y competencia laboral han pasado a estar asociados. Pese a que el resultado sigue siendo todavía más positivo que negativo, lo revelador de estas respuestas es la rápida evolución de las opiniones. Aparte de que siempre queda la sospecha de que "sobre el racismo, como sobre el sexo, pocos dicen la verdad".

La socióloga Carmen González Enríquez está convencida de que en España se dan ya las condiciones para la aparición de un partido antiinmigración, pese a que el porcentaje de trabajadores extranjeros, 3,5 millones, de los cuales millón y medio están en situación irregular, apenas supone el 8% de la población, a cierta distancia todavía de la media europea.

Profesora de Ciencia Política de la UNED, Carmen González lleva cuatro años auscultando a la población de los pueblos y barrios con densidad de inmigración superior al 15%. Su experiencia le permite asegurar que las encuestas no están captando la complejidad de los problemas que se producen en el plano local porque otorgan la misma significación a las opiniones recogidas en barrios con una presencia de inmigrantes superior al 30% y a las obtenidas en áreas donde la inmigración es irrelevante.

Los resultados de sus estudios locales cualitativos muestran, de hecho, "una actitud general, extendida y profunda, de rechazo hacia la convivencia con los inmigrantes en los términos en los que ésta se está produciendo en la actualidad, una actitud, más patente en los votantes de derecha que en los de izquierda". Sus trabajos reflejan igualmente la conciencia de un deterioro en los servicios sociales y en la vida general del barrio, así como la aparición de casos de competencia laboral entre los autóctonos de baja renta y los inmigrantes. "Como el aumento de la población no se ha traducido en un aumento similar de los servicios y prestaciones sociales, lo que se está produciendo", explica, "es la saturación en los centros de salud, en los hospitales, en Correos, en los servicios asistenciales a la población con necesidades especiales y en las guarderías públicas". Resulta así, que las familias españolas que ocupaban el último escalón en la distribución de ingresos han pasado a ocupar el penúltimo escalón y a quedar fuera del acceso a una serie de servicios.

A este respecto, los responsables de asistencia social de algunos ayuntamientos han llamado la atención sobre el surgimiento de conflictos entre familias gitanas e inmigrantes y sobre las actuaciones de grupos de adolescentes españoles que se organizan en oposición a las bandas de jóvenes inmigrantes que practican actividades de gamberrismo o delincuencia. Aunque estas reacciones son hoy por hoy muy aisladas, los expertos sociales auguran un aumento de la violencia contra los inmigrantes. Significativamente, las encuestas en las áreas de concentración de la inmigración muestran que la memoria de estos españoles ha invertido ya la realidad de lo que ocurrió en El Ejido, de forma que, paradójicamente, lo que recuerdan de aquellos hechos es que los inmigrantes atacaron a los españoles.

No es casual, desde luego, que las consignas "los españoles, primero", "un español, un puesto de trabajo", inspiradas en las del Frente Nacional (FN) francés, encabecen ahora las manifestaciones de la extrema derecha española. Con los datos recogidos en sus trabajos, la profesora de la UNED observa con preocupación que el debate sobre la inmigración se ha instalado en el terreno de lo "políticamente correcto", sin entrar a abordar los conflictos reales que se producen en las áreas de alta densidad de inmigración. "La clase política española está desinformada", asegura, "y el problema", añade, "es que el bloqueo político e institucional facilita que la violencia aparezca, especialmente entre los jóvenes, como una alternativa expresiva y resolutiva".

Sostiene que muchos ciudadanos españoles sienten que las instituciones políticas no sólo les ignoran, sino que, además, les deslegitiman acusándoles de racistas. "A menudo nos encontramos con gente que se queja de que cuando ha tratado de llamar la atención sobre el comportamiento de un inmigrante en relación al ruido excesivo, a la suciedad o la violencia, es acusado inmediatamente de racista y se ve obligado a guardar silencio". Le parece evidente que en España hay condiciones suficientes para el surgimiento de un partido de corte xenófobo o al menos antiinmigrante. "Hay un potencial mucho mayor del que se piensa, pero para que una opinión difusa llegue a cuajar es necesario, apunta, que haya organización y liderazgo. Se equivocan", añade, "quienes creen que la sociedad española ha asumido ya el impacto de la inmigración. En España, el fenómeno es demasiado joven como para que haya una opinión asentada". En su opinión, el panorama se presenta poco alentador. "Vamos a un endurecimiento del clima general", pronostica.

¿Estamos asistiendo en España, soterradamente, a lo que el politólo-go francés Pascal Perrineau designó como la "lepenización de los espíritus", expresión que subraya el hecho de que el lepenismo gana las conciencias antes de conquistar los votos? ¿O es que España es, efectivamente, una excepción europea? Xavier Casals niega que exista tal especificidad y prefiere hablar de la "lenta homologación con Europa de la ultraderecha española". Como en el caso de Portugal -y en menor grado, Grecia-, la existencia de una dictadura anticomunista habría arcaizado, anquilosado, en nuestro país el discurso de la extrema derecha, incapacitándole durante estas tres últimas décadas para conectar con la sociedad española.

Autor de varios libros sobre la materia, Xavier Casals apunta que el igualitarismo católico de la extrema derecha española y su sentido de la Hispanidad, que le llevaba a defender la hermandad de las tierras y hombres del antiguo imperio y hasta a profesar simpatía a personajes como Fidel Castro, "el hombre que derrota a los americanos", le hizo refractaria durante mucho tiempo al discurso xenófobo, más difícil de justificar, por otra parte, en un país como España, inmigrante hasta hace bien poco.

La división que siguió al intento de golpe de Estado del 23-F, acarreó la disolución de Fuerza Nueva arrastrando a la atonía al conjunto del espectro. Los cuadros de edad intermedia, "los constructores de partido", se fueron a casa o se integraron en el PP para luchar contra la mayoría absoluta socialista. Por si fuera poco, la aparición de candidaturas populistas "protestatarias" como la de Ruiz-Mateos (608.000 votos en 1989), Jesús Gil o Mario Conde y la competencia de partidos regionalistas de derecha dura o regionalistas-nacionalistas como Unión Valenciana o la Unión para el Progreso de Cantabria han cortocircuitado en ocasiones sus aspiraciones de vuelo electoral. La falta de adaptación a la realidad, unida al exceso de vocaciones caudillistas explicaría tanto el retraso ideológico de la extrema derecha española como su fragmentación y atomización. Sobre el papel, su situación parece tan desastrosa que justificaría la mirada nostálgica hacia los tiempos en los que el diputado Blas Piñar cosechaba medio millón de votos y llenaba plazas de toros. Hoy la suma de las distintas formaciones apenas alcanza el 1% de los votos, no hay un líder carismático, algo fundamental para estas formaciones, ni el liderazgo de un partido hegemónico capaz de arrastrar y aglutinar a la multiplicidad de pequeños partidos y grupos.

¿Dónde está, pues, el problema? El problema está en que por primera vez en la historia reciente de España empieza darse en la sociedad algo parecido a la "lepenización de los espíritus" o, al menos, la afloración de sentimientos antiinmigración, el nutriente básico de todas las modernas formaciones de extrema derecha europeas, que tampoco son un mundo homogéneo puesto que bajo esa denominación aparecen populismos muy variados. Ciertamente, aunque todos los partidos de la ultraderecha son xenófobos, no todos los partidos antiinmigra-ción pueden ser considerados racistas. Es el caso del holandés Pim Fortuyn, que debe su nombre a su fundador, un homosexual asesinado, y que cuenta entre sus dirigentes a un negro.

El problema es que las organizaciones españolas han dejado de mirar al pasado para acometer la renovación y adaptación ideológica que debe permitirles el asalto al sistema parlamentario. Ahora se declaran demócratas y, como el antíguo líder del PNV, Xabier Arzalluz, también ellos se quejan de la mala calidad de la democracia española. Faltos de espacio en asuntos como el de ETA o el plan Ibarretxe, ocupados por los grandes partidos, sin capacidad para explotar el rechazo, todavía incipiente en España, al funcionamiento, siempre imperfecto, del sistema político y taponados por la fortaleza del PP, han hecho de los inmigrantes, de los inmigrantes pobres, por supuesto, su principal caballo de batalla.

Así, algunas de las corrientes nostálgicas del franquismo procedentes de las diversas Falange y de Fuerza Nueva, "la carcundia", como les denominaban los propios jóvenes ultraderechistas nacional revolucionarios, se han convertido en Alternativa Española (AES) o Frente Español (FE) y han dejado de esperar al providencial golpe de Estado. Se acabaron los bigotitos y los correajes, la obsesiva incitación al "ruido de sables"; tratan de dar una imagen joven, renovadora, inspirada en el modelo de partido del austriaco Haider. Son católicos pero no ultracatólicos, han hecho de la defensa de la familia, la lucha contra el aborto, su terreno de juego preferido y viven pendientes del anunciado "viaje al centro" del PP para ocupar el espacio resultante de este movimiento, decididos en cualquier caso a conquistar un voto católico y de derechas.

(*) Publicado en El País.21.03.05

La explotación de la XENOFOBIA

En la línea Le Pen, cuyos favores se disputan casi todas las organizaciones del espectro -menudean los encuentros con el líder del FN-, se sitúa Democracia Nacional (DN) que organizó a los elementos renovadores procedentes del neonazi Círculo Español de Amigos de Europa (CEDADE) y de las Juntas Españolas, así como a independientes del disuelto partido Frente Nacional español, y a otras formaciones menores. Practica un nacional populismo homologable al de la extrema derecha europea, dice acatar la Constitución -no asiste a los homenajes del 20-N en recuerdo de Franco o de José Antonio Primo de Rivera, ni a las manifestaciones organizadas por los neofranquistas- y procura no ser asociado a los grupos neonazis o skinheads que pululan a veces por sus actos. Todos ellos esperan poder decir un día lo que Le Pen repite con mordacidad en sus mítines: "Yo soy la bestia inmunda que crece y crece".

Aunque el magma de la extrema derecha española dista mucho de haberse ordenado y persisten no pocas diferencias, incluso personales, los actuales procesos de renovación ideológico y generacional pueden facilitar la convergencia entre sus dos grandes polos: el tradicional católico y el nacional populista o posindustrial "pagano".

"Si eso llegara a producirse, el mapa político de la extrema derecha española se modificaría sustancialmente", apunta el profesor José Luis Rodríguez Jiménez, otro de los grandes especialistas en la materia. A su juicio, lo característico del momento actual es, junto a la creación de una imagen de moderación y respetabilidad, la explotación sistemática de los sentimientos xenófobos.

Con todo, ni José Luis Rodríguez Jiménez, ni Xavier Casals esperan una irrupción de la extrema derecha en los parlamentos regionales o en las Cortes, aunque tampoco descarten la posibilidad de que un líder regional oportunista llegue a trazar su propia trayectoria con un discurso xenófobo que le convertiría en referente político más allá de su ámbito geográfico de actuación. Ambos coinciden en pensar que la afloración de estas corrientes puede darse más fácilmente en las esferas municipales.

El partido xenófobo español
Y es que, de hecho, en España ya existe un partido antiinmigra-ción con representación municipal. Es la Plataforma per Catalunya que en las pasadas elecciones municipales sacó un concejal en Vic (1.229 votos, 7,5%), otro en El Vendrell (774 votos, 6,2%), en Cervera (394, 9,2%) y en Manlleu (492, 5,6%). Poca cosa, podría decirse, si no fuera porque su aparición supone que se han dado las condiciones objetivas necesarias que la han hecho posible. El líder de Plataforma per Catalunya, Josep Anglada, antiguo seguidor de Blas Piñar, es un ejemplo exitoso de maquillaje y adaptación a la "nueva derecha" europea. Rechaza el título de ultraderechista o y se autodefine, otro tributo a Le Pen, como "el ciudadano que dice en voz alta lo que la mayoría pensamos". Se presenta como un catalán -el catalán es la lengua vehicular de su partido- preocupado por la defensa del Estado de bienestar, de la identidad nacional y de la cohesión social, supuestamente amenazados por la inmigración.

En apoyo de sus tesis, no duda en hacerse eco de pasadas declaraciones de Marta Ferrusola, esposa del ex presidente catalán Jordi Pujol: "Las ayudas son para estas gentes que no saben lo que es Cataluña. Solo saben decir: 'Dame de comer", ni de lo expuesto por el antiguo presidente de ERC Heribert Barrera: "Si continúan las corrientes migratorias actuales, Cataluña desaparecerá". Por supuesto, Plataforma per Catalunya desdeña por igual la etiqueta de derecha o de izquierda, lo suyo es defender desde el "sentido común" a los ciudadanos que no se sienten representados por los partidos tradicionales. Si atacan a la inmigración no es por xenofobia, naturalmente, sino por sus supuestos efectos negativos: paro, delincuencia, marginación... y si se oponen a la inmigración musulmana es sólo porque piensan que el islam es "una forma reaccionaria de religión". Allí donde hay un conflicto con inmigrantes, Plataforma per Catalunya aparece, decidida a encabezar la protesta y a pescar en río revuelto. En el caso de Premià de Mar fueron los propios vecinos opuestos a la construcción de una mezquita quienes reclamaron la colaboración de Anglada. La protesta cuajó en una candidatura municipal "Veïns Independents de Premià" que obtuvo un concejal (862 votos, 6,8%) en las pasadas elecciones municipales.

La fórmula ha funcionado tan bien que hace unos meses modificaron los estatutos con vistas a que este tipo de plataforma pueda extenderse a Madrid y al resto de España. Al igual que las demás formaciones europeas, buscan preferentemente el voto xenófobo del "obrero blanco" temeroso de su futuro laboral, de los jóvenes airados y frustrados que temen quedarse en "las cunetas del Estado de bien-estar", de las gentes irritadas por la presencia en su vecindario de inmigrantes que a menudo sobreviven en condiciones deplorables, inquietas ante el posible deterioro de unos barrios en los que el paisaje humano y los hábitos sociales se han modificado sustancialmente.

El estancamiento económico
Según los expertos, lo que podría hacer que la situación se hiciera inquietante, es el estancamiento económico. "España necesita creer fuertemente para enjugar el desempleo y si se produce una crisis vamos a encontrarnos", dicen, "con muchos inmigrantes en paro que sumar a los españoles. Eso sí sería una situación complicada porque la bolsa de las prestaciones sociales española es menor que la de los países de nuestro entorno europeo y porque ya hay áreas de competencia laboral", indican. El otro riesgo es el de la cohesión y la unidad básica de España.

Los representantes del PP entrevistados por este periódico transmiten una gran confianza en la sociedad española y en su propio partido, aunque tampoco niegan los peligros. "La sociedad española optó en su día por la moderación y no parece que la extrema derecha pueda cuajar aquí, pero, hombre", apunta el eurodiputado Alejo Vidal Cuadras, "si los conflictos con el plan Ibarretxe o con ERC se agudizan, si la inmigración irregular se desborda y si los grandes partidos no estamos a la altura de las circunstancias...". En la misma línea, Javier Zarzalejos advierte de que la positiva reacción de la sociedad española no debería llevar a los grandes partidos a bajar la guardia. "Soy partidario de un gran pacto sobre la inmigración", indica. Aunque reconoce que no disponen de muchos datos, el diputado Eugenio Nasarre cree que existe un caldo de cultivo y el peligro de que el fenómeno llegue a adquirir visos de realidad en caso de crisis económica. Dice que el asunto de la inmigración no está suficientemente ordenado -"la ley no se aplica y no hay suficientes controles"- y que la situación política se ha complicado últimamente por las tensiones territoriales. "El suelo se está moviendo", advierte.

La expansión de los grupos neonazis
Bajo la imagen de pretendida "honorabilidad" de las formaciones políticas de la extrema derecha hay una pléyade de grupos neonazis, neofranquistas o neofascistas activos y violentos surgidos en los últimos años y que tienen una abultada presencia en Internet. El informe Raxen, que edita el Movimiento contra la Intolerancia, les atribuye el asesinato en los últimos 10 años de más de 60 personas: inmigrantes, mendigos, homosexuales, prostitutas..., y no menos de 4.000 agresiones al año. "De momento, no buscan resultados electorales, están creando suelo, creciendo desde abajo que es lo que hicieron durante muchos años los neonazis alemanes antes de levantar cabeza", indica Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia. "Ahora están en todas las comunidades autónomas, tenemos denuncias de actuaciones violentas en unas 90 ciudades".

Un recorrido por las webs racistas, la mayoría de ascendencia germánica confirma que, en efecto, existen grupos de estas características en todas las comunidades autónomas. En la medida en que su objetivo es la construcción de una Europa racial, la idea de España aparece más difuminada y a cambio hay una reivindicación expresa del etnicismo de determinados nacionalismos. Por no faltar, no falta la galería vasca de banderas y dibujos, ilustrada en euskera por la organización Basque Brotherhood norteamericana, donde la ikurri-ña, el arrano beltza (águila negra, enseña de Batasuna) y los lauburus se mezclan con las esvásticas y donde la figura de Sabino Arana se funde con la de Adolf Hitler bajo la reivindicación de Euskal Herria Askatu (Euskal Herria libre). No es algo estrictamente novedoso puesto que la antiguo CEDADE ya reivindicó en su día a Sabino Arana y a sus tesis sobre la pureza racial.

Esteban Ibarra está convencido de que el fenómeno se encuentra en plena ebullición. "Están en fase de crecimiento. Nosotros damos charlas en unos mil centros escolares al año y vemos los emblemas, las consignas que pintan en las paredes, las insignias y pegatinas. Lo que pasa es que hay una ignorancia enorme entre el profesorado", comenta. "La mayoría ignora las claves básicas de los mensajes neonazis. No conocen el símbolo de la rata negra común a las organizaciones europeas, no saben que la expresión 14 palabras significa en el código nazi: 'Debemos asegurar la existencia de nuestra raza y un futuro para nuestros niños blancos', que el número 18 representa la primera y octava letra del alfabeto, la A y la H, de Adolf Hitler".

También el profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, Joan Anton Mellón, estudioso de la materia, detecta un aumento de la intolerancia y la xenofobia entre los jóvenes, caldo de cultivo del fascismo. "Hay mucho contacto, muchas reuniones entre los grupos españoles y extranjeros. Por España están pasando últimamente algunas de las mejores cabezas pensantes y estrategas de la ultraderecha europea. Más que una internacional fascista", subraya, "lo que hay es un gran movimiento que se ajusta muy bien al terreno y los problemas locales. Lo que buscan es algo parecido al modelo Andorra: los nacidos en el país tienen todos los derechos y los de procedencia inmigrante pasan a ser de segunda categoría, mano de obra subasalariada".

El especialista Carles Viñas que ha investigado a fondo a los skinheads (cabezas rapadas) de Cataluña duda, sin embargo, de que pueda hablarse de un momento de particular efervescencia de estos colectivos. "Se regeneran continuamente, pero cumplido el rito de paso juvenil abandonan al llegar a cierta edad. No militan, no son gente disciplinada, son jóvenes que ven que el sistema no les reserva una buena plaza en la escala social y que buscan hacerse con una identidad personal a través de los iconos, la estética, el grupo y la violencia. La extrema derecha política les instrumentaliza, les organiza conciertos de grupos de RAC (rock anticomunista), aunque tampoco tiene interés en que se les asocie públicamente". Carles Viñas duda igualmente de que las cifras de agresiones anuales que denuncia el Movimiento contra la Intolerancia sean seguras. "Nadie está trabajando con rigor en este terreno", apunta.

"Nuestras cifras, las únicas que existen", dice Esteban Ibarra, "son un cálculo hecho a partir de las denuncias que recibimos y de las agresiones de las que tenemos noticias, pero es cierto que en España no hay estadísticas oficiales a pesar de las recomendaciones que la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) le hizo en este sentido. La memoria de la fiscalía, por ejemplo, da cuenta de las ataques, pero sin catalogarlos como agresiones de signo racista". El Ministerio del Interior no ha facilitado dato o contacto alguno para la elaboración de este reportaje.

En lo que todos los especialistas coinciden, también los de la unidad antiultraderecha de los Mossos d'Esquadra, es que los grupos de neonazis reclutan a gente cada vez más joven. De hecho, dos de los siete detenidos en diciembre último en Girona, son adolescentes de 14 años. "En los registros de las casas, lo normal es que el cuarto del chaval está materialmente empapelado de emblemas nazis y repleto de publicaciones racistas muy violentas", indica uno de los agentes. "Creemos que estos últimos de Girona no habían cometido todavía ninguna agresión pero, claro, ves los bates de béisbol con la consigna de mata moros grabada y piensas que es sólo cuestión de tiempo". Según Carles Viñas, el número de skinheads que integran actualmente los grupos violentos se sitúa en torno a los 10.000, una quinta parte de los cuales operaría en Cataluña. La cifra es inferior a los 16.000 que proclaman los grupos neonazis en sus webs y a las que aportaron años atrás fuentes del Cuerpo Nacional de Policía. "El uso de la estética skin no está siempre acompañada de la ideología y mucho menos de la disposición a la violencia", matiza el profesor Viñas.

Eclosión en la 'web'


A falta de medios de comunicación propios, más allá de las revistas-fanzine que publican, Internet les ha brindado la coordinación, debate y difusión necesaria. Al abrigo del vacío legal existente, se ha producido en estos años una verdadera eclosión de páginas web racistas. Y no hace falta ser fiscal para descubrir en ellas los delitos del negativismo del Holocausto, del racismo extremo y la incitación al odio y la violencia racial. Las canciones de la treintena de grupos musicales que actúan en los actos de la ultraderecha ilustran el patetismo y la basura ideológica en la que se mueven. "Los inmigrantes van llegando, nuestro trabajo reivindicando, nuestros niños son asesinados antes de nacer, degenerados y drogados prestaciones van cobrando (...), cabezas rapadas en todas las peleas, combatiendo por sus ideas, expulsando invasores de estas tierras, invocando al Dios de las guerras, sangre y lealtad, al grito de nuestra raza, Europa resurgirá (...) España. Y es la tierra de mis padres por la que luchar (...). Espíritus de muertos SS nos poseen (...). Te recuerdo Rudolf Hess, en nuestras manos está la venganza, malditos judíos", cantan los valencianos de División 250.

Es sólo un ejemplo de lo que circula por la Red en esas páginas, casi todas de chats protegidos, que prestan audiencia a los cabecillas de la ultraderecha y a personajes como José Luis Roberto Navarro, dirigente del partido España 2.000 y propietario de Levantina de Seguridad, empresa que formó parte del servicio de orden en la gran manifestación "contra la intromisión de Cataluña" celebrada en Valencia el 27 de noviembre a iniciativa de Coalición Valenciana.

Abogado y empresario, Roberto Navarro fue investigado en 2000 por la compra de casas abandonadas en la aldea de Las Prediches (Alicante) que iban a ser utilizadas como campo de entrenamiento por una de las organizaciones ultraderechistas inglesas. Presidente de la asociación de clubes de alterne de la Comunidad Valenciana, no ve incompatible la llegada de prostitutas de países del Este, rusas preferentemente, con su denuncia de la inmigración.

Catalogados de "tribus urbanas"


"Somos fascistas, neonazis y racistas, hay que romper, apalear y matar", es la consigna, más o menos explícita, que late en muchas de esas webs. Escandalizado por la impunidad con que se difunden estos mensajes, el Movimiento contra la Intolerancia acusa de inacción de los poderes públicos y habla de una indolencia inexplicable. "Como en otras cosas, me temo que en España sólo reaccionaremos cuando lleguemos al punto crítico", se indigna Esteban Ibarra. Piensa que el hábito policial de catalogar a estos grupos dentro del apartado "tribus urbanas" es un error que desnaturaliza los objetivos políticos que les anima.

Descartadas la frivolidad y el sensacionalismo, es verdad que tampoco en Europa se conoce la receta para tratar de forma idónea el fenómeno porque tampoco los llamados "cordones sanitarios" (alianzas políticas para cerrar el paso a las formaciones de ultraderecha emergentes), el silencio y la ocultación han dado grandes resultados. Como no lo han dado aquellos que desde la izquierda con la mejor de las intenciones y un discurso simplista rechazan todo control, toda ley y defienden el multiculturalismo, ignorando los retos de convivencia y cultura que conllevan, para terminar luego admitiendo que el asunto no tiene solución.

Sea como fuere, la extrema derecha no irrumpe de la noche a la mañana en las instituciones democráticas y tampoco supone una amenaza por sí misma. Sus esperanzas de victoria reposan en el fracaso del sistema a la hora de abordar cuestiones reales como la seguridad, la identidad, la inmigración y los riesgos de la globalización. "Es imposible seguir eliminando barreras entre los pueblos de Europa si los políticos de cada país están ocupados en levantar fronteras entre los distintos pueblos de su propio Estado", dice el presidente de los socialistas europeos, Robin Cook. Su receta para combatir a la extrema derecha consiste en "celebrar la fuerza que la pluralidad cultural aporta a nuestra sociedad, compartir con los inmigrantes nuestros derechos y deberes, presentar a la inmigración no como un problema sino como un reto, insistir en que lejos de ser una amenaza, aportan mucho más de lo que reciben y pavimentan así la ruta de nuestro progreso".

Claro que para eso, subrayan los expertos, debe haber un consenso mínimo entre los grandes partidos, además de una política realista capaz de superar los tópicos de lo "políticamente correcto". Con el incremento de la xenofobia, España ha empezado a cambiar, para mal, pero la incipiente "lepeni-zación de los espíritus" no tiene por qué cuajar inevitablemente en la sociedad ni encontrar asiento en los parlamentos e instituciones. Nuestro país debería poder ahorrarse el fenómeno que envenena en Europa.

(*) Publicado en El País.22.03.05



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